DEBATE
Antoine Hennion
MINES
ParisTech, PSL Research University –
Centre de sociologie del’innovation, France
antoine.hennion@mines-paristech.fr
Traducción de Aimé Pansera
Revisión: Ornela Boix y Pablo Semán
Cita sugerida: Hennion, A. (2017). De
una sociología de la mediación a una pragmática
de las vinculaciones. Retrospectiva
de un recorrido sociológico dentro del CSI. Cuestiones de Sociología, 16, e032. https://doi.org/10.24215/23468904e032
Resumen
Este
artículo enfoca sobre un retorno reflexivo en mi propia
trayectoria en el CSI. Mi propósito no es fijar la historia
sino releerla desde las preocupaciones presentes. Desde su fundación
por L. Karpik en 1967, el CSI abogó por tomar seriamente las
realidades que estaba investigando (derecho, ciencia y tecnología,
negocios, cultura). Bajo el título de un posible “retorno
al objeto” en sociología, discuto convergencias y
diferencias en el trabajo de campo emprendido, por un lado, sobre la
ciencia y tecnología (STS), y por el otro sobre la cultura:
por ejemplo, el uso de términos como traducción o
mediación, o la relación diferente con la sociología
crítica de Bourdieu, que no tuvo el mismo impacto en cada
campo. Luego considero la emergencia de los enfoques pragmatistas en
Francia en los años noventa y la gran variedad de concepciones
a las que dieron lugar, en particular a través de debates con
grupos cercanos como el GSPM y el CEMS en la EHESS de Paris, sobre el
estatuto de los objetos, y examinando la influencia de las teorías
de la acción provenientes de Estados Unidos. Apoyándome
en esta genealogía, muestro cómo las aseveraciones del
pragmatismo han informado mi propio trabajo con los aficionados y las
vinculaciones, y discute en definitiva la importancia para la
sociología de volverse más sensible respecto a los
objetos de los que se ocupa.
Palabras
clave: Mediación; Música; Traducción;
Callon; Latour; Actor-red; Cultura; Vinculaciones; Pragmatismo; James
From a sociology of mediation to a pragmatics of attachments. Anintellectual journey within the CSI revisited
Abstract
This
paper focuses on a reflexive return on my own trajectory at the CSI.
My purpose is not to congeal the history but to reread it from
present issues. From its foundation by L. Karpik in 1967, the CSI
advocated for taking seriously the realities it was investigating
(law, science and technology, business, culture). Under the heading
of a possible “return to the object” in sociology, I
discuss convergences and differences between fieldwork then
undertaken on science and technology (STS) on a side, and on culture
on the other: for instance, the use of terms like translation or
mediation, or the different relation to Bourdieu’s critical
sociology, that had not the same impact on each field. I then
consider the emergence of pragmatist approaches in France in the
90ies and the great variety of conceptions it gave rise to, in
particular through debates with close groups like the GSPM and the
CEMS in Paris EHESS about the status of objects, and by examining the
influence of theories of action coming from the USA. Leaning on this
genealogy, I show how pragmatist claims have informed my own work on
amateurs
and attachments, and discuss in conclusion the importance for
sociology to get more sensitive to the objects it deals with.
Key-words:
Mediation; Music; Translation; Callon; Latour; Culture; Attachments;
Pragmatism; James
Voy a situar esta retrospectiva de mi recorrido en el Centro de sociología de la innovación (CSI) bajo el signo del regreso del objeto en las ciencias sociales. El tema ha sido central en ellas, en efecto, particularmente en el momento en que Michel Callon y Bruno Latour elaboraban la sociología de la traducción (cf. Akrichet al.,2006) en los años ‘80, en consonancia con los primeros trabajos de Latour con Steve Woolgar sobre los laboratorios (1979), luego, junto con John Law y ArieRip, la Actor-Network Theory(o “ANT”: el acrónimo ha triunfado en el mundo anglófono2). Veinte años después, sigue siendo este reclamo por el regreso del objeto a la sociología lo que motivaba la poco diplomática propuesta, hecha por Latour (2005) a los sociólogos, de reconstruir su disciplina olvidando a Durkheim. Para hacer este recorrido, voy a basarme en los intercambios recíprocos que mis trabajos sobre la música (Hennion, 2007 [1993], 2001 y 2011), los aficionados (Hennion, 2004, 2007, 2014 y 2015b), luego sobre las vinculaciones (Gomart&Hennion, 1999; Hennion, 2010,2013b y2015c) a partir de un enfoque más explícitamente inspirado en el pragmatismo, pudieron tejer entre ciertos problemas que incumben por un lado a las ciencias y a las técnicas, y por otro lado a la cultura.
Desde mis comienzos, la música, este objeto huidizo, hecho de mediaciones, que requiere siempre ser restituido a través de la performance del intérprete y la actividad del aficionado, resonaba en efecto fuertemente con el otro modo con el que la ANT permitía ver los objetos técnicos o la ciencia haciéndose. En el CSI, tales lazos y pasajes han sido múltiples, tanto entre las áreas (ciencias y técnicas, derecho, cultura, economía, salud) como entre los conceptos (traducción, mediación, regímenes de enunciación, agenciamiento, vinculación, etc.). Pero más que una retrospectiva histórica, me gustaría intentar aquí una suerte de arqueología parcial de esta aventura común que fueron nuestras investigaciones, llevándola en torno a las cuestiones que me interesan particularmente: la mediación y sus contrastes con la traducción, las vinculaciones, o de otro modo nuestras relaciones críticas con la sociología crítica de Bourdieu, y, finalmente, una posible reapropiación del pragmatismo para la investigación en las ciencias sociales de hoy.
En efecto, el regreso mismo del objeto puede ubicarse en la línea del pragmatismo.Ya trazaremos el lento advenimiento de los temas pragmatistas en Francia y discutiremos las concepciones diversas a las que dieron lugar, sobre todo a partir de los debates entablados entre el CSI, el GSPM y el CEMS (Boltanski&Thévenot, 1991 y Dodier, 1995)3, y de la influencia importante de las teorías de la acción venidas de los EEUU. Pero incluso antes de ello, es importante recordar que la sociología ya había sido fuertemente influenciada por el pragmatismo, a través de la investigación social inventada y reinventada en Chicago por varias generaciones de investigadores. La conjunción de las recientes investigaciones con orientación pragmática y del trabajo histórico sobre las sociologías de Chicago realizado mientras tanto (Grafmeyer& Joseph, 1979; Cefaï& Joseph, 2002 y Cefaï, 2009) ofrece la posibilidad de volver a interrogar este legado (Cefaiet al., 2015). Allí reside otro de los desafíos de este texto: partiendo de esta genealogía, y desde mis propios trabajos sobre los aficionados y las vinculaciones, ¿cómo reinventar, a nuestra vez, el pragmatismo, tal y como lo reclama esta idea de los mundos “siempre por rehacer”4?
El CSI se hizo conocer desde el final de los años 1970 como el pionero en la sociología de las ciencias y las técnicas. Siguiendo los pasos del programa fuerte de David Bloor (1976) y de la Sociology of ScientificKnowledge (SSK), quienes se proponían tratar en los mismos términos los enunciados considerados verdaderos y los falsos, la ANT generalizaba ese principio de simetría a los triunfos y derrotas de los proyectos técnicos, a los factores explicativos movilizados (sociales o técnicos) y a los actantes tomados en cuenta (humanos o no humanos). Para describir mejor la ciencia haciéndose y analizar la innovación técnica, la ANT proponía una serie de conceptos: red, asociación, intéressement5, traducción, punto de pasaje obligatorio (Callon&Latour, 1981; Latour, 1984, 1987 y 2005; Callon, 1986 y Akrich, 1987). Nociones que operaban una inversión radical entre objetos y relaciones: la acción hace al actor, el “interesamiento” hace al interés, la relación hace al objeto, y no lo contrario. Reivindicar su propia radicalidad es un poco sospechoso pero, en ese caso, eso forma parte de la historia: es con un tono polémico con el que la ANT irrumpió en un área muy diversificada. Exigir que la sociología tome en cuenta a los objetos creaba desde el comienzo una fuerte tensión –tensión que coloqué por lo tanto en el centro de este texto– con los partidarios de su autonomía, en primer lugar, como los epistemólogos o los esteticistas, pero pronto también, a la inversa, a medida que explicitábamos mejor nuestro proyecto, con los partidarios de la reducción de los objetos a “construcciones sociales” (Knorr Cetina, 1981; Collins, 1985 y el mismo Bloor). Callon, ingeniero y sociólogo, había trabajado sobre las políticas de la investigación, privadas y públicas, para repensar el lugar de las ciencias en la sociedad; su adversaria era la sociología de las ciencias de inspiración mertoniana. Latour, por su parte, profesor adjunto en filosofía, se había convencido de que ya no se podía hacer filosofía sin pasar por las investigaciones de las ciencias sociales; con Françoise Bastide, retoma de la semiótica de AlgirdasGreimas las nociones de shiftery de actante, centrales para la teoría de la traducción. Además de la filosofía (Leibniz, Tarde, Whitehead en particular), sus primeras referencias van más hacia la antropología6, la etnología de las técnicas y de la cultura7, la etnometodología(AaronCicourel, Steve Woolgar, Michael Lynch); se nutren más de sus combates virulentos con la epistemología y la historia de las ciencias que de la sociología. La audacia teórica que demostrará la alianza de Callon y de Latour le debe mucho a esta complementariedad de las fuentes disciplinares8.
En Francia, no éramos los únicos en abogar por un retorno del objeto en las ciencias sociales. En la primera fila de los promotores del pragmaticturn realizado en ese momento por una parte de la sociología, lo que dio lugar a interpretaciones y usos muy diversos,estaban los investigadores del GSPM (el Grupo de sociología política y moral fundado por LucBoltanski, Michael Pollak y Laurent Thévenot, que da lugar al llamamiento por una “sociología pragmática”), del CEMS (el Centro de estudio de los movimientos sociales, donde la etnometodología, el análisis discursivo y la acción situada eran leídos y discutidos, devolviéndole las bases teóricas a una sociología norteamericana de la investigación que la tradición bourdeanahabía reducido prematuramente al interaccionismo simbólico), y de otros lugares en donde la cuestión del tratamiento de los objetos por la sociología se hacía central9.
Era un momento en el que todo eso se estaba construyendo. Más allá de nuestros diversos objetos de estudio, se discutían de este modo en el CSI cosas muy cercanas a nuestros debates, a su hipertexto, a nivel gramatical: las asociaciones, el hecho de que no había que mantener una separación rotunda entre los objetos y los sujetos, entre los humanos y las cosas que éstos manipulan. Con la evolución de los trabajos en STS*, las áreas de investigación se extendieron, hacia el medio ambiente, el derecho, la salud, el cuerpo, el debate público, la política10. Por su lado, a partir de las relaciones entre objetos y usos, el CSI se dedica a áreas como el medio ambiente, la salud o los mercados (Latour, 1999a; Rabeharisoa&Callon, 1999;Callonet al., 2007), desarrolla otras temáticas como la agencyy la performatividad y conceptos nuevos, transversales a las áreas de investigación (regímenes de enunciación o modos de existencia, vinculaciones, agenciamientos, encuadre-desborde), que tornan caducas las separaciones anteriores, ya frágiles, entre usuarios y productores, entre cultura y técnica, entre política y economía (Callon, 2007; Hennion, 2010, 2015c yLatour, 2012).
En relación a esto, el hecho de que yo estudiase la música no es anecdótico: los objetos como resultados provisorios de un tejido heterogéneo de relaciones sin cesar experimentadas, testeadas, reorganizadas, para producir otros objetos, sin que se pueda distinguir de manera estable soporte y contenido, red y actores, productos y usuarios, estas ideas valen tanto parala música como para los proyectos técnicos. Es con ese proyecto que, luego de un informe sobre la industria del disco que me había permitido integrar las cuestiones de técnica, de mercado y de gusto a la fabricación misma de la música (Hennion, 1981), entré yo al CSI: para hacer una sociología de la música que no se produzca contra ella, sino con ella. De cualquier modo, una asociación tal entre cultura y técnica no hacía más que retomar un clásico de la antropología. De manera recíproca, sobre la cuestión del lugar que la sociología le da al objeto tal y como “los propios actores” lo definen y se aferran a él, este desvío musical va a permitirme, retrospectivamente, relacionar trabajos más relativos a las técnicas, o más bien a la cultura y a los usos (en mi caso, sobre la música en particular), que, sin embargo, en ese entonces, en el calor del momento,no habían explicitado sistemáticamente sus préstamos cruzados o sus diferencias11.
Si aceptamos seguir este método histórico, un primer punto merece ser recordado. Habiendo adquiridoel CSI su reputación internacional en el área de los STS, esto incita a pensar los trabajos sobre la cultura allí realizados como una extensión de sus primeras investigaciones sobre las técnicas. Históricamente, las cosas ocurrieron en sentido contrario. Desde la fundación del Centro por LucienKarpik en 1967,el programa consistía en interesarse no solamente en las ciencias y las técnicas, los mercados, los usuarios (sujetos naturales, por nuestra ubicación en la École des Mines), sino también, de manera comparativa, en varias áreas como el derecho y la cultura, con la misma idea, muy nueva en esa época, en el marco de una sociología tradicional: es decir, que los contenidos también importaban. Que en sociología de las ciencias, de las técnicas, de la cultura o del derecho, no se trataba solamente de hacer historias institucionales o profesionales, de hablar de organización, de red social, de campo o de recepción, dicho de otro modo de enmarcar un área dentro de realidades sociológicas que dan cuenta de su funcionamiento independientemente de su objeto particular, sino, al contrario, que era imposible comprender lo que sucedía sin tener en cuenta los frutos de la actividad, todo eso era ya reconocer que tenían una capacidad de acción, una agency, aunque se dijese de manera más trivial en ese momento.
Entonces: estudiar los actores, las organizaciones, etc., así es, pero también los objetos propios que, con sus montajes específicos, a menudo muy sofisticados, elaboran progresivamente un medio mediante controversias y cuestionamientos. Y de manera recíproca, comprender que, a la inversa, estos objetos de la acción colectiva hacen del mismo modo a sus actores y a sus organizaciones, sobre todo por su capacidad de instalar su autonomía relativa interiorizando sus propios efectos. En lugar de temerle, como a la peste, a los objetos, la sociología, para dar cuenta de la fuerza de las ciencias y de las técnicas (o del derecho, o de la música, para mí), debía animarse a enfrentarse a esos objetos: lejos de ser inertes socialmente, ellos resisten, “funcionan”, hacen hacer cosas, transforman a sus usuarios.
Pero las cosas no se presentan del mismo modo cuando hablamos de ciencias y de técnicas o de cultura. Decir que el derecho o la cultura son cosas humanas, humanamente construidas, instituidas como dirían los romanos, es sentido común. Decir que leyes físicas, naturales o formales son realidades socialmente construidas es al contrario chocante de entrada. Al comienzo de los STS, esta tesis fue entendida como constructivista, con razón: en un primer momento, era justamente un combate constructivista contra la idea de una verdad absoluta, independiente de las pruebas que la vuelven conocida. Es también el momento en el cual el CSI se hace conocido a nivel internacional12. En relación con la sociología dominante, el constructivismo inicial de la SSK –explicar socialmente toda la ciencia, y no sólo sus errores– luego el de los STS (poco diferenciados aún entre sus diversas versiones, como sucederá luego: la ANT entonces formaba parte de ellos sin distinción), fueron atacadas por su radicalismo y acusadas de relativismo (Boudon&Clavelin 1994 yBourdieu, 2001).
Esto explica los matices entre los miembros del CSI según su área de investigación, cosa de la que no éramos claramente conscientes entonces: el mismo proyecto que, en el caso de la ciencia, consistía en hacer más social lo que era visto como objetivo, buscaba, al contrario, en el caso de la cultura, respetar la objetividad de lo que la sociología reducía a signos sociales, a marcas de diferenciación entre los grupos. Esto siempre y cuando no entendamos objetividad en el sentido de un absoluto estético de la autonomía de un puro objeto: sino en el sentido de una redefinición del objeto como nudo de relaciones, tejido de asociaciones, de lazos que se experimentan y resisten más o menos, este objeto que transforma a su vez a los colectivos que se apropian de él.
En resumen, si era común nuestra preocupación por diferenciarnos de una sociología que creía en la autonomía de lo social y que dejaba a cada uno de sus objetos particulares en manos de las ciencias involucradas, para estudiar únicamente sus aspectos sociales, de algún modo esta tomaría direccionescontrarias. Es por eso que unos preferían la palabra traducción y otros mediación: esto es un buen ejemplo para ver una problemática mientras se la construye. Para la música, había que rehacer de la obra un tejido heterogéneo como tal (humano, material, corporal, colectivo…), con sus resistencias y sus efectos acumulados –un teclado, un sonido, una gama, el cuerpo de un instrumentista, un espacio y un tiempo delimitados…– y no el simple artefacto de una lógica invisible, puramente social. Para expresar esta resistencia de la música a la reducción sociologista sin por eso hacer de ella un objeto autónomo, y mostrar que estos tejidos de asociaciones “obran”, que no se disuelven en una codificación de las diferencias sociales, yo había propuesto la palabra mediación (Hennion 2015ª [1993]). En cuanto a la palabra traducción, era una buena elección para las ciencias y las técnicas: mientras sugiere su contrario necesario, la traición, insiste sobre todo en los pasajes, en el hecho de que para que una verdad se instaure, son necesarios lazos, trabajo, pruebas. Mediación es más apropiada para la música porque, aunque globalmente defienda la misma idea, insiste en su contrario: no sólo asegurar sino también interrumpir la relación, hacerla desbordar. Un pasaje no se reduce a la transformación de un objeto, hace otra cosa, no se remite a causas, es una performance, con efectos imprevisibles, no deducibles de una suma de factores causales.
Hay que comprender retrospectivamente la fuerza del modelo que esta posición cuestionaba yla generalidad de ese modelo en las ciencias sociales: para los antropólogos y los sociólogos, la culturason humanos reunidos que proyectan sobre objetos arbitrarios sus relaciones sociales. Durkheim lo había dicho asociándolo a una definición positiva de la sociedad, Bourdieu lo volvió a decir invirtiendo la idea para hacer de ella un mecanismo de denegación fundador de la dominación social: los objetos culturales son tótems, puros signos que remiten a un código que, además, se ignora como tal… Nosotros rechazábamos esta falsa evidencia. Una música hace otra cosa que lo que los humanos que se juntan en torno a ella quisieran que haga, otra cosa que lo que han programado. Es por eso que la escucha, no es un doble de ellos mismos, un espejo algo vano. Aunque esté “hecha”, tiene su propia capacidad de actuar. Forja identidades y sensibilidades, no obedece a ellas. Hace obra, en este sentido. Decir esto no es o reducirla a un signo social, o tomarla como un objeto absoluto13. ÉtienneSouriau (2009 [1956]) habla magníficamente de una “obra por hacer”, que tiende la mano… En lo que respecta a la cultura, el problema se formulaba entonces en términos exactamente inversos en relación con la ciencia, para la cual era al contrario el estado absoluto de la verdad lo que para los social scientists era impensable cuestionar. El objeto es todo (la ciencia), o no es nada (la música)… ¡Pero no! Abordando la cosa musical como aquello que surge, una presencia sin que haya un objeto puesto ahí, delante, que se pueda aislar, la mediación rompe ese dualismo estéril; por su lado, insistiendo en la asociación y los pasajes, la traducción hace el mismo trabajo frente a un motor Diesel o a una verdad matemática, los cuales dan la impresión de que el objeto es intocable.
En fin, si la palabra mediación pertenece del todo a lo que llamé nuestro hipertexto de la época y comparte muchos aspectos con la traducción, dice más acerca de los dos sentidos inversos presentes en el problema que las cosas le imponen a la sociología: no porque se asocian, sino porque ellas también detienen. Declinábamos la misma idea, pero en dos vertientes opuestas. Latour se peleaba con la epistemología aunque queriendo “salvar” el régimen propio de determinación de las cosas que la ciencia pone en práctica –lo que hace que haya sido asimilada al enemigo por cada uno de los campos, escandalizando a los partidarios del carácter absoluto de la verdad científica, y denunciado por traidor por los constructivistas, adeptos del linguisticturn, que veían en la ciencia un relato como cualquier otro. En relación al arte, yo me encontraba plenamente en ese combate: como la sociología había rechazado la estética absoluta y su búsqueda infinita de autonomía de la Obra con O mayúscula, yo buscaba por mi lado cómo reconocer la capacidad de actuar de las obras, con minúscula.
Nos llevó tiempo entender estas articulaciones y la necesidad de usar palabras diferentes. Latour y yo lo hicimos en dos textos comunes –Latour escribía entonces sobre los “factiches” (2009[1996]), es la misma idea. Mediación o traducción: frente al problema que las cosas le plantean a la sociología, ampliábamos al respecto una misma definición rica, como aquello que resiste, este desafío por un lado común, pero también que traspasa, que desborda, que vuelve, estos objetos que fabricamos y que a la vez nos fabrican a su vez, que hacemos pero que escapan, dicho de otro modo, que tienen su agency, su capacidad de actuar. Después de un primer artículo que comparaba las mediaciones en las ciencias y en el arte (Hennion&Latour, 1993), un segundo más provocador invertía palabra por palabra la crítica del modernismo hecha por Walter Benjamin a través de su teoría del aura de la obra y del efecto destructor de las mediaciones (Hennion&Latour, 2003 [1996]). Hay ciertamente otras ideas para retomar en Benjamin, pero en ese momento queríamos sobre todo, cuestionando la celebridad de un artículo como ese, enteramente centrado en la idea de mediación, tomar su propio éxito como síntoma de la atracción a la vez crítica y cómplice que contiene toda referencia a la idea de lo moderno (Benjamin, 1968 [1955]).
Hablar de mediación es entonces sacar a la música de un análisis en términos de explicaciones externas y de efectos regulados, que el sociólogo vendría a medir, en lo que le corresponde, y el musicólogo o el psicólogo en otros aspectos. Sólo hay causas parciales, heterogéneas, que no se pueden asignar a nóminas claras. Son necesarias, hacen surgir cosas; a partir de estas causas agrupadas, hay efectos que surgen de manera en parte imprevisible, siempre por rehacer, ellos mismos irreductibles a las causas que los provocaron. Ciertamente es más difícil de poner en palabras que una relación causa-efecto, pero al mismo tiempo no estoy diciendo nada muy esotérico: la mediación entendida de este modo es una evidencia para todo músico que se sienta frente al teclado. Sabe que tiene sus escalas, su partitura, su tacto, el savoir-faire que adquirió, sabe que no hace nada sin ellos pero que sin embargo, partiendo de estas mediaciones, nada está hecho, va a tener que surgir la música: nada automático aquí, ni tampoco garantizado.
En cualquier caso, como sucede habitualmente, la teoría está atrasada en relación al sentido común y no lo contrario: esta sorpresa que se desprende del flujo de las cosas, es la experiencia más habitual, la de un aficionado al espectáculo, la del pintor, la del futbolista, la del amante del vino, y es compartida por el profesional y por el aficionado. Sobre un tejido de cosas que parecen familiares, un pequeño margen decisivo tiene efectos que pueden ser gigantescos: pero este acontecimiento viene de las propias cosas tal y como se presentan –es el improvisador de jazz que toca cien veces el mismo clásico y sin embargo, mirá, esta vez esto va por acá, una pista muy nueva se impone, la sigue, la retoma… ya va a volver, ella abrió un espacio. La cuestión es difícil pero importante, es la del “hacer aparecer”: ¿qué parte le corresponde a cada cual en tal intervención creativa? Hay una versión del músico, pero se realiza en el movimiento mismo, en el tren de las cosas, que tienden de algún modo una posibilidad para captar. Propuse hablar de una reflexividad de las propias cosas, no dadas, sino que se dan (Hennion, 2007, p.106).
Lo que está en juego es crucial, se trata de reconocer en los objetos este “hacer” de las cosas: el hecho de que son hechas y a la vez el hecho de que hacen hacer. Un hacer que contenga las cosas y no que se oponga a ellas (para desnaturalizarlas, deconstruirlas, etc.) debido a que son fabricadas –lo que es una visión radicalmente distinta, la del constructivismo social. Este momento de bifurcación y de explicitación fue muy importante entre nosotros, en el corazón del CSI. Al comienzo, el tema de la construcción social es confuso, la cuestión es difícil y se presta a todos los malentendidos posibles14. Latour propuso soluciones diversas para salir de ese enredo: oponer el simple constructivismo al constructivismo social, decir construccionismo y no constructivismo, hablar más bien de fabricación, luego con sus “factiches”, recordar que esos hechos duros como piedras que los positivistas le oponen comienzan por decir, ellos mismos, que efectivamente, ¡están hechos15! La palabra misma, pragmatismo, nos ayudó sin duda a comprender que en realidad no éramos para nada constructivistas en el sentido de “socialmente construido”, lo que se había transformado mientras tanto en un eslogan automático de la sociología.
Cierto es que, en un comienzo, todo gesto sociológico es constructivista en el sentido amplio del término. Frente a un objeto, ya sea de arte, de religión, de verdad, de moral o de cultura, mostrar que es histórico, que depende de los tiempos y de los lugares, que pasa por prácticas del cuerpo y que varía según los entornos, que requiere procedimientos, que supone convenciones, que se apoya en instituciones… es mostrarle al creyente la producción de la creencia, como decía Bourdieu (1980). Hacer sociología es necesariamente compartir por un momento el constructivismo originario de la disciplina. Con la ciencia o la cultura, avanzábamos allí junto con sociologías muy diferentes a la nuestra, tanto cuando se trataba de oponerse al absolutismo de la verdad en sí como a la belleza del Arte por el Arte. Pero yendo más allá, la misma palabra designaba dos pistas divergentes: mostrar que las cosas son construidas y por lo tanto que no son nada16; o al contrario, cuestionar las cosas implicadas en estos asuntos. Teníamos que comprenderlo nosotros mismos, luego de dar a entenderlo, hasta qué punto esta segunda vía que trazamos se apartaba radicalmente de lo que entendemos en general por constructivismo, tanto en Bourdieu como en el sentido del linguisticturn, en las SSK y en buena parte de los STS, en la sociología pragmática o los cultural studies. A partir de un punto de partida común, los caminos van en direcciones totalmente opuestas17.
Está claro, no hay una naturaleza de las cosas, el trabajo de las ciencias sociales consiste en mostrar su instauración. Pero, una vez incorporado esto, la nueva cuestión que se plantea es más ardua aún, es una bifurcación decisiva, que Latour había expresado extraordinariamente con sus “factiches”: ¿hay que fomentar esta fabricación de las cosas contra ellas, o con ellas? Ni siquiera la sociología pragmática hacía ese salto. Sí insistió en la capacidad de acción de los actores y no ya en una mecánica abstracta de tipo estructuralista, y, con respecto a las sociologías anteriores, a la tradición francesa en particular, de Lévi-Strauss a Bourdieu, es una diferencia decisiva. Pero aunque estos autores elaboran modelos de acción finos, repartidos, que se apoyan en los objetos, y por ello cercanos a los STS, permanecen firmemente en el marco de las teorías de la acción –lo asumen plenamente, de hecho18. La sociología permanece en el umbral de este nuevo territorio porque mantiene a cualquier precio las dos distinciones intangibles que la fundaron (Latour, 2005): entre acción humana y agencia de los objetos, y entre interpretación social y realidades naturales. Precisamente las que la ANT había cuestionado.
En lo que respecta a la cultura, en mi caso, esto implicaba además que yo me sitúe en relación con la sociología crítica, el plano de fondo obligado para toda problemática sobre este tema- digamos con relación a Bourdieu, que emprendía en ese momento un verdadero trabajo de antropologización para sacar a su disciplina de las concepciones positivistas (Bourdieu, 1969 [1966], 1972 y 1979). En general olvidamos hasta qué punto en los años 1970 la sociología, su escritura y sus razonamientos, hasta sus conceptos tenían un carácter profundamente realista –en el sentido más común de la palabra– lo que no le quitaba nada a su vivacidad expresiva ni a su importancia política en la sociedad, al contrario. Las organizaciones, el poder, las clases sociales, las interacciones, era lo que estaba ahí delante nuestro, “de verdad”, tanto para los actores como para el observador. Con Bourdieu, su cultura filosófica, su escritura reflexiva, sus desarrollos circulares, su atención a las prácticas, a las disposiciones, a los dispositivos, a la pesadez de los cuerpos, del colectivo, de la historia incorporada, se dibujaba lo que, en contraste con la evidencia sociológica, parece pertinente llamar, retrospectivamente, una recuperación antropológica. Acerca del arte, particularmente, frente al dualismo de la obra y su admirador, esto conllevaba una saludable desubjetivación de la relación con las obras: su nuevo despliegue colectivo, instituido, incorporado –situado, como se diría hoy. Claramente, a fin de cuentas, coherente con la concepción a la vez cientificista y crítica de la sociología que defendía, Bourdieu retomaba las riendas y, al colectivo al que acababa de rehabilitar, le sustraía el objeto para devolvérselo al sociólogo: vuestros objetos no son lo que son sino lo que está en juego escondido en vuestras relaciones, lo que hace vuestra creencia común; lo social no es otra cosa que vuestro esfuerzo por instalarlo, mientras que se disimulan a ustedes mismos esa instalación.
La tesis es brillante y devastadora, y aunque se discutió mucho sobre sus presupuestos y sus consecuencias, creo que no se notó lo suficiente que no estuvo implicada para nada en la antropologización anterior. No se deduce de ella. No hay ninguna necesidad, a partir de esta, de empalmar con una descalificación sociológica del objeto, de transformarlo en illusio, in-lusionem, lo que está en juego que constituye lo social. El objeto reinsertado en un tejido de relaciones, de cuerpos, de dispositivos y de historias, al comienzo del análisis, termina en tótem. Hay allí un truco de magia, una trampa (Hennion, 2010ª [1985]): el sociólogo hace él mismo lo que cree describir en los actores, escamotea el objeto de la actividad común para poner en su lugar el símbolo inerte de un colectivo puramente social; de paso, transforma lo social en un objeto científico del cual se atribuye el estudio.
Un modo de presentar los trabajos que condujimos en ese momento en el CSI, tanto en los STS como sobre la cultura, la salud o los mercados, es afirmar que conservaban la “pragmatización” de nuestras actividades19, la antropologización que Bourdieu operaba poniendo en causa la historia, las instituciones, el habitus, el cuerpo, los dispositivos, las disposiciones; pero mientras que Bourdieu recurrió a todo eso contra el objeto, en un procedimiento tradicional, muy dualista, para oponerse a los que creía que creían en el objeto20, nuestros trabajos trataron de respetar a los objetos y a los actores que se aferran a ellos. Pero no de un modo al estilo “también”, de un llamado a la moderación (“de todos modos, los objetos tienen una cierta autonomía”), sino al contrario, acentuando sin reservas esta pragmatización general: es decir, conduciéndola con los objetos y no contra ellos. ¿Porqué no tratar a los objetos en cuestión de la misma manera en que Bourdieu lo hace constantemente con los cuerpos, los colectivos o los dispositivos, y que se rehúsa a hacer con los objetos: verlos como seres en formación, abiertos, que resisten, y se hacen los unos a los otros, de manera recíproca, actuando a su vez sobre los que los hacen surgir?
Quizá hoy habría que criticar menos a Bourdieu y retomar más lo que hizo, aplicándolo también a los objetos, en vez de usarlo para anularlos. Es verdad que el procedimiento cambia radicalmente: para decirlo con un vocabulario actual, pasamos de una teoría de la práctica a un verdadero pragmatismo. Objetos que tienen su agency, ¿quénos hacen y a la vez qué les hacemos? La clave del asunto es el estado que se les otorga a los objetos: el hecho de tomarlos no como datos externos, fijos (admitiendo su realidad natural en el caso de la ciencia, tomándolos como simples signos en el caso de la cultura), sino como compuestos inciertos, hechos de relaciones que se forjan y deshacen por etapas, recreando mundos inéditos y compuestos. Se trata justamente de “socializar” los objetos, pero no vaciándolos de contenido: dejándolos llenarse y llenarnos, formar mundos diversos y conectados, y, capa por capa, extenderse y extendernos –ciertamente, en este punto los caminos se alejan.
Pero continuar supone que nos salgamos definitivamente de la vía trazada por Bourdieu: la asumida puesta entre paréntesis de los objetos que él opera conduce a un impassesociologista. El desafío que imponen no significa que haya que denunciarlos, ni aclamar su llegada, sino interrogarnos sobre lo que hacen y hacen hacer. Cómo hablar del amor al arte, o al vino, hablar de tal objeto o de tal práctica, tomando en serio esta cuestión, sin contentarse con mostrar que se trata de otra cosa que lo que se cree… Nadie que viese el título de El Amor al arte21 en 1966 hubiese pensado un segundo que de hechoel libro hablaba del amor al arte: vamos, no van a tomar la obra “misma” en serio, eso sería volver a caer en la estética, dejarse seducir por el discurso de los actores, participar de la creencia en vez de mostrar sus mecanismos. Pero sí, tomar en serio el amor al arte es exactamente mi proyecto. A este precio, ya lo veremos, el pragmatismo es referido en sus tesis fundamentales, las pragmata, la agency de las cosas, y no usado como testaferro para correrse de la sociología crítica sin revisar el lugar tan estrecho que ésta le deja a los objetos. Y como decía antes, el pragmatismo entendido así no tiene nada que ver con un esoterismo de una moda nueva, ayuda a reencontrar el sentido común (un criterio de pertinencia esencial en ciencias sociales): en materia de arte tanto como en ciencias y técnicas, los objetos valen. No son “sólo” lo que hacemos de ellos, hacen hacer y hacen hacer algo. Lo que le falta al sociólogo, es quizá algo como el respeto a la propia cosa.
En ese momento, ayudaban a formular estas cuestiones otros legados, provenientes de las prolongaciones norteamericanas de la teoría de la acción: un camino a su vez proveniente del pragmatismo y que recíprocamente favoreció sin duda el redescubrimiento de este. Autores como James Gibson, Donald Norman, Edwin Hutchins o Lucy Suchman rompían con el modelo de la acción instrumental con intención, medios y objetivo, a favor de una visión en términos de acción situada, de extended mind y de cognición repartida. En Francia, no nos habíamos empapado en nuestra formación, como era el caso de Bourdieu, de las affordances, estos asideros que los objetos le tienden a un nuevo uso cuya posibilidad a su vez sugieren (Gibson, 1977 yNorman, 1988). Ni tampoco de la acción situada. El libro de Suchman (1987), por ejemplo, fue para muchos investigadores franceses una revelación, al igual que, más tarde, Cognition in the Wild (Hutchins, 1995). Este libro se inscribía en el hilo de la historia de las técnicas del estilo norteamericano, de libros espléndidos como Networks of Power de Thomas Hughes (1983), acerca de las redes eléctricas, o de trabajos sobre la material culture y de autores extraordinarios como ChandraMukerji (1983, 1997). Hutchinsresaltaba de manera muy novedosa los dispositivos técnicos y su agenciamiento. La influencia de estos autores en los STS fue muy importante.
Acá también, el hecho para mí, y en general para el CSI, de trabajar a la vez sobre las técnicas y la cultura, ayudaba a captar de otra manera este movimiento; en mi caso, cruzando estas cuestiones con las que planteaba la inteligencia de los aficionados. En un artículo escrito con ÉmilieGomart, comparamos, en esta línea, las vinculaciones de los aficionados a la música con las de los consumidores de drogas, sobre los cuales ella había trabajado (Gomart&Hennion, 1999). El texto buscaba llevar al límite a la ANT y a estas corrientes que habían sabido desplegar nuevamente la acción fuera de un modelo lineal o instrumental. Queríamos prolongar la lógica de este cuestionamiento pero saliendo del marco de la acción en la cual continuaban situándose, con el fin de reconocer el rol activo de los objetos y captar otras formas de la agency más allá del dualismo activo/pasivo: darle lugar a una pasividad activa o, al respecto de los músicos y los “aficionados” a las drogas, a una acción cuyo objetivo es tornarse pasivo. Es por eso que, más que causas o efectos, retomábamos la palabra vinculaciones (Hennion, 2010) que Callon (1992) había usado para analizar los mercados y que Latour (1999b), en la misma línea de su ejemplo del titiritero y el títere (¿quién dirige a quién?), aplicaba a Mafalda en un pequeño artículo muy contundente sobre el cigarrillo y la libertad.
Este desvío norteamericano puede también permitirnos precisar mejor las posibles acepciones de la palabra pragmát-ico. No existe sociología que no reivindique hoy este calificativo: pero una pragmática entendida simplemente como teoría de la acción no tiene nada de realmente pragmat-ista. Las diferencias se dan según el lugar que se les reconoce a los objetos. Sin embargo, haciendo del pilotaje de un barco un trabajo colectivo al que contribuyen todo tipo de engranajes, desde instrumentos y la disposición de un cuarto de control hasta la resistencia del agua y la radio, es decir, con la idea de mente extendida, Hutchins respondía directamente al pragmatismo filosófico, en particular al de William James –digo James porque, entre los padres fundadores, es él quien toma más en serio los pragmata en su combate contra el dualismo, el que formula antes que nadie el principio de simetría de la manera más radical: simetría entre mundo conocido y sujeto cognoscente, su problema como filósofo, pero también entre seres y cosas, al que volverá para concluir con el ejemplo de los aficionados. Los pragmata –cosas-relaciones, en extensión, plurales– eso es el corazón del pragmatismo, no la práctica, que no obliga para nada a cuestionar la gran distinción entre la acción de los hombres y las cosas sobre las cuales se aplica (Hennion, 2015c).
Como yo trabajaba sobre cuestiones acerca del gusto, es decir, el gusto revisitado en tanto apreciación de las cosas que surgen a través de esa misma apreciación, descubrir a William James había sido para mí una sideración22, él hacía exactamente la operación que yo estaba buscando. Él dice explícitamente, por ejemplo, que el pragmatismo no es un método, a lo que sería reducido rápidamente (llegar a las cosas a través de sus efectos), sino una ontología: cosas y relaciones están hechas “del mismo paño”23. Las relaciones no son un modo de descubrir la realidad de las cosas, sino las cosas mismas: leíamos allí, de otra pluma, una de las tesis clave de la ANT –y una de las más controvertidas24. Luego de un apogeo, el pragmatismo, esta filosofía norteamericana, había sido menospreciada, hasta en Estados Unidos, ahogada por la filosofía analítica. En Francia, el aumento del interés por esta corriente, en los años 1980, se centró en un pragmatismo ampliamente escrito a medida. Combinando elementos de pragmática de la enunciación, de la filosofía analítica y de las teorías de la acción, remitía poco a las tesis de los padres fundadores.
De esto queda que a través de los debates nutridos entre los investigadores involucrados, este marco compartido nombraba una nueva dirección: pluralismo, rechazo de la exterioridad, prueba e investigación, debate y controversia públicos, competencia de los actores y el tomar en serio las justificaciones que se dan acerca de lo que hacen (Boltanski&Thévenot, 1991; Dodier, 1995; Bessy&Chateauraynaud, 1995; Cefaï& Joseph, 2002 y Cefaï, 2007). En el CSI, la radicalidad de las propuestas de James y de Dewey, aunque estos autores se referían poco a la técnica y a los objetos sobre los cuales los STS habían dirigido todos sus esfuerzos, es lo que nos sorprendía, como si hubiesen expresado de antemano una visión del mundo y de los objetos extrañamente compatible con nuestras investigaciones: objetos que sean pragmata, cosas “in theirplurality” (James, 1909ª, p.210); concerns(Dewey, 1927), estas cosas comunes que surgen del debate público por su puesta a prueba, sin que se pueda a priori hacer la lista de lo que está en juego, de los actores o de las arenas de la discusión: se podría decir que Dewey tenía delante suyo problemas actuales: medio ambiente, desarrollo, sexualidad, energía, migraciones...; todo eso, en un mundo sin exterioridad pero plural y abierto, tejido en expansión de realidades heterogéneas pero connectedlosely (James, 1909b, p.76), “still in process of making”, decía bellamente James (1909ª, p.226). Efecto de anterioridad, ciertamente en parte ilusorio, que da la impresión de una coincidencia milagrosa entre los bordes del “pluriverso” de James (1909b) y de la ontología titubeante de la ANT, sobre todo con la idea de asociación y la simetría generalizada. Sólo faltaban la investigación y los públicos involucrados, a ser tomados de Dewey esta vez, y ya estábamos en nuestro universo: asociación, mediación, pruebas, agenciamiento.
De cualquier modo, este regreso al pragmatismo no tenía nada de amor al pasado. Nos ayudaba a hacer ese corrimiento que, con objetos diversos, buscábamos: pasar de una teoría de la práctica a una agency repartida en una multitud de lazos. No seguir funcionando en el dualismo, con una instauración de las cosas por los humanos contra las cosas, sino tomar el rumbo hacia los assemblages de Deleuze retomados por Latour, que Callon prefiere seguir llamando agenciamientos (Muniesa&Callon, 2009 y Callon, 2013)25: una agency dispersa en una “red-actor” (¡la palabra hubiese sido más expresiva quizá en este orden!) en donde, lejos de la oposición binaria entre humanos y no humanos, se forman actores de naturaleza diversa, los unos a los otros. Como decía Latour (2005), sería tomar la palabra socio- en el sentido etimológico de asociación, de lazo. Las cosas son capas de realidad no reductibles, no definibles, en sentido literal de la palabra: no tienen un final que se pueda describir desde el exterior. Hay sólo relaciones, este “sólo” siendo entendido no de un modo crítico y sociologista (de hecho, sólo son relaciones sociales), sino de un modo pleno y ontológico: sí, las cosas son ellas mismas relaciones. Esto es lo que nos enseña el pragmatismo.
Desde nuestra larga tradición crítica, esto merece ser dicho nuevamente, de otro modo. Privándonos de exterioridad, ¿perdemos toda posibilidad de criticar, de crear, sólo podemos aceptar el mundo “tal cual es”? Pero no hay ningún “mundo tal cual es”. O más bien, como lo dice mejor James (2003 [1892]), es este mundo plural el que es difícil de aprehender, lo que es difícil no es rechazar el mundo tal cual es, sino aceptarlo –pero en su pluralidad, su apertura, la incertidumbre radical de los seres que surgen de él, sin nunca parar de cuestionar nuestras maneras de pensar26. No hay necesidad de distancias críticas del afuera, el mundo es él mismo plural, abierto, en crisis permanente de tan crítico que es. Una exterioridad está fuera de lugar, literalmente. Así entendido en su pluralidad, el “mundo tal cual es” no es la evidencia que hay que sacudir, sino el reservorio sin fondo ni límites de seres incapturables, enmarañados, siempre por venir.
Desde esta perspectiva fue como me interesé por el gusto, como apreciación de las cosas surgiendo a través de esta misma apreciación: no tanto un objeto para ser estudiado como una experiencia a la cual acercarse (Dewey, 1934 y Hennion 2007 y 2010b). Ya sea una canción popular, una instalación contemporánea, un aire de ópera, un rap desenfrenado o un cuadro, una vez creada, la obra escapa a su creador, resiste, tiene o no efectos, renovados según las circunstancias, vive su vida (Gell, 1998). Es precisamente lo que vincula estos objetos con sus aficionados: el objeto tiene su presencia propia, se hace haciéndonos. Relación misteriosa, con las obras que a la vez creamos, fabricamos, y que se nos escapan y regresan a nosotros cambiadas.
No se trataba de pasar a la recepción, después de la creación y la difusión, como si existiese una secuencia lineal tal. Yo tomaba el hecho de que, si las cosas no son dadas, sino que surgen, en las pruebas, de estas capas de realidad heterogéneas y conectadas, no se puede acceder a ellas sino a través de quienes juegan ese juego, los que están en contacto con las cosas mientras que no están dadas. Voy a tomar otro ejemplo que el del arte, porque en este ámbito, las normas del gusto son tan fuertes que esto paraliza el análisis, estereotipa de un cierto modo el propio vocabulario del “amor al arte” – no es por nada que Bourdieu podía usar la expresión de un modo crítico. Pero el amante del vino, para tomar un caso que estudiamos con GenevièveTeil (Teil etal., 2001), es la misma relación que establece con las cosas. Un amante del vino no es alguien que por un lado hace la lista de las propiedades químicas de un vino, que por el otro conoce su sabor y que hace la conexión entre ambas cosas, todo esto mientras que, finalmente, hay que beberlo. No, aunque sabe todo eso, aunque probó, discutió mil veces, es este vino de acá, ahora: ¿cómo va a ser esta vez, cómo voy a ser sensible a él? No lo sabe… Como el aficionado, el deportista es un profesor de pragmatismo, a la vez por la red heterogénea de competencias que tiene que movilizar (el cuerpo, el colectivo, los dispositivos, lo mental, la técnica, etc.), y por la evidencia de lo atractivo del deporte: no porque sus competencias se acumularon el resultado es previsible, sino al contrario, todo este marco de una actividad con un objetivo preciso permite maximizar su imprevisibilidad.
Los aficionados son a la vez portavoces de su objeto, e hiper-público27, como se diría en marketing, de nuestras vinculaciones habituales. Más que expertos en esta prueba consecuente con los objetos de su pasión, los aficionados son efectivamente experimentadores –“probadores” sería mejor, si la palabra existiese28. Se confrontan a ellos, hacen lo necesario para probarlos, en todos los sentidos de la palabra, y acumulan así una experiencia sin cesar cuestionada acerca del modo en que estos objetos despliegan sus efectos. Muchas palabras aparecen pero ninguna conviene del todo, porque restringen cada vez la experiencia… si la palabra que usé, experto, no es del todo justa, es porque sugiere la idea de un entendido, de un saber formalizado. Pero esto no es para nada necesario. Hay innumerables formatos de aficionados. Es cierto que los que yo acompañé son en su mayoría grandes aficionados. El aficionado como alguien muy comprometido, que toma en serio su propio compromiso, que acepta la prueba de los objetos –lo que no significa en lo más mínimo que exista una sola manera de profundizar en su gusto29.
En un plano empírico, en el sentido más común de la palabra, esto merece el viaje. Siempre me sorprendieron las modalidades increíblemente inventivas que encuentran estos aficionados, en un sentido amplio, músicos, enófilos, deportistas, y muchos otros, para desarrollar no tanto su gusto como el espacio mismo de sus vinculaciones. Un error grave de Bourdieu, en mi opinión, es un error técnico y no un problema teórico: si llevamos su teoría a sus consecuencias, más aficionado se es, más se está en la ilusión –pero entonces, porqué habría que interrogarlos, hacerlos hablar de su objeto que no es tal. Se privaba allí de un inmenso recurso empírico: la experiencia y la experiencia de los aficionados. Cuando se los visita, se habla largamente con ellos, se conversa sobre lo que los aferra, no se trata en absoluto de entusiastas naïfsque creerían en un objeto que sería en realidad efecto y no causa de su propio gusto por él. No son creyentes atrapados en la ilusión de su creencia, indiferentes a las condiciones de surgimiento de su propio gusto. Al contrario, su experiencia más común es la de la duda y de la esperanza. Están bien ubicados, decepción tras decepción, para saber que el surgimiento de la obra o de su emoción no tiene nada de mecanismo automático. Son cazadores, que la prueba misma del gusto fuerza continuamente a interrogarse sobre el origen de ese gusto: ¿son mi entorno, mis hábitos, un efecto de la moda, no me habré dejado engañar por un procedimiento demasiado fácil, no estaré demasiado influenciado por tal, no seré el títere de una proyección que me hace ver algo que no existe?... Lejos de ser el descubrimiento del sociólogo de una verdad reprimida por todos, esta cuestión de la determinación de los gustos es la base misma de la formación de sí del aficionado. Nadie siente más que él el carácter abierto, indeterminado y por esto cuestionable, discutible, del objeto de su pasión. ¡De gustibus EST disputandum!
La afición es el culto a lo que marca una diferencia, es lo opuesto a la indiferencia en los dos sentidos oportunos del término. El aficionado sabe mejor que nadie (o mejor dicho, lo vive) que no hay ninguna oposición entre la necesidad de “construir” un objeto –y para esto de apoyarse permanentemente en un cuerpo entrenado, en experiencias pasadas, en técnicas y gustos ya probados por los demás– y el hecho de que de estas ataduras de experiencias cruzadas de la cual surge, el objeto siga sorprendiendo, escapando, haciendo otra cosa. Si le falta la más mínima pieza a esta construcción frágil, todo se derrumba. Pero también sabe, como el escultor de Souriau, que, lejos de implicar una reducción del objeto a ser “sólo” el reflejo de los que lo fabrican, allí está la condición para que este objeto se despliegue en toda su alteridad y que, a su vez, altere a sus “constructores”. El objeto los hace tanto cuanto ellos lo hacen. La pasión del aficionado no es un estado o algo adquirido, es un movimiento de corrimiento de sí a partir de sí mismo, a través de un abandono deliberado en el objeto (Hennion, 2015d).
Justamente la palabra pasión dice esto extraordinariamente –aunque haya que desconfiar de su grandilocuencia. Es oportuna, no porque agrega un suplemento de alma a nuestra relación con las cosas, sino como expresión autóctona muy justa de la relación particular con estas cosas que son cautivadoras. Nadie piensa en pasividad en “pasión”: para que las cosas te cautiven, hay que “hacérselas amar” (Teil, 2003 y Teil&Hennion, 2004). Pero tampoco se piensa en control, acción, teoría de la acción. La pasión no es ese cálculo, es ser transportado, transformado, cautivado: y más allá de todas estas expresiones pasivas, no es pasivo en absoluto. Lejos de contradecir este transporte, es condición de éste una intensa actividad. No hay lugar para una oposición entre lo activo y lo pasivo: no se trata de pasar de la actividad a la pasividad, sino de accionar para ser accionado. ¡Hay que hacer muchas cosas para que las cosas ocurran! De algún modo hay que abandonarse activamente, hacer de todo para dejarse hacer –de esto trataba el artículo escrito con ÉmilieGomart. Curiosa figura gramatical a la que remite el término pasión, es cierto, pero es la que dirige las cosas: ser tomado/hacerse tomar por lo que surge en la situación de la experiencia de las cosas.
Esta “prueba de los objetos” es tan difícil de captar para el aficionado como para el sociólogo. La idea no es identificarse con los aficionados sino acompañarlos para entender mejor y vivir lo que puede ser su búsqueda incierta, que no se puede esclarecer desde el exterior sin reducirla enseguida a un recorrido señalizado.
Una sociología de la pasión tiene que ser entonces una sociología apasionada, no en el sentido de una identificación histérica con los arrebatos del aficionado, sino en un sentido más técnico: el sociólogo debe también dejarse poseer por su “campo” (vemos como esta palabra es tremendamente llana). En un sentido, los aficionados me permitieron, no tanto aplicar a su caso una teoría pragmatista, sino hacérmela descubrir a través de su experiencia. Tocamos así los límites de la metodología, allí donde se mezcla con el compromiso humano o ético: sólo puede hacerse si se comprende y se acepta que hacer esto, no es solamente describir desde el exterior, sino también decir el valor de estas actividades, su alcance moral, “valuarlas”, diría Dewey (2011 [1939]). Y entonces, a su vez, valuar también el pragmatismo mismo, no aplicado sino vuelto a hacer a medida, a través de su capacidad de dar cuenta mejor de la vinculación de los aficionados, de valuarla mejor. Sí, en este sentido es tomar partido por los aficionados.
Esto revela, en conclusión, otro aspecto más inesperado de la actividad de los aficionados, y en respuesta, de la del sociólogo: la dimensión ética de una exigencia, de un compromiso sostenido con las cosas amadas, consigo mismo, con la calidad de la experiencia en curso. En el trabajo que llevamos adelante con GenevièveTeil y su equipo sobre los vinos orgánicos, naturales, auténticos, regionales, etc. (Teilet al., 2011), por ejemplo, esta dimensión estaba muy presente, la vinculación a la “veracidad” del producto. En su búsqueda apasionada de las mil maneras de concebir el vino, no es sólo cuestión de ecología o de salud, ni siquiera de gusto, sino del respeto por la cosa misma que mencioné antes. Hay claramente esta misma dimensión de obligación en el gusto. Obligación de sostener la prueba, de responder a esta mano tendida por el objeto, de estar a la altura de la exigencia que su calidad misma demanda –Souriau lo resume admirablemente al respecto de los creadores, como estando obligados a hacer lo que exige su propia obra. En estas condiciones, compartir y dar a compartir la experiencia de los aficionados, esta exigencia con ellos mismos y con las cosas, es una tarea que tiene un alcance ético verdadero, también para el social scientist.
En lo que a mí respecta, creo que esto estimula el interés por hacer una sociología del gusto. El objeto no sólo obliga al aficionado, obliga también al filósofo o al sociólogo.
1 Este texto se basa en una conversación con Alexandre Monnin, filósofo de la web (Hennion, 2013ª)
2 De hecho, han sometido rápidamente esta “teoría” a su propia crítica.
3 Nota de la revisión: refiere por sus siglas en francés al Grupo de Sociología Política y Moral y al Centro de estudio de los movimientos sociales, respectivamente.
4 Cf. “ El atleta moral y el investigador modesto”, un bello texto en el que, justo antes de morir, I. Joseph (2007) vuelve sobre los cuatro padres fundadores del pragmatismo, Peirce, James, Dewey y Mead, sin releerlos únicamente a partir de la sociología que inspiraron: de modo más original, cuestiona su propia visión de la investigación redescubriendo, en los grandes autores de la Escuela de Chicago que guiaron toda su carrera, una dimensión pragmatista que va mucho más allá de los pocos temas explícitos a las que se la reduce habitualmente. El texto se cierra con un desarrollo penetrante, inesperado y bastante emotivo, sobre La voluntad de creer de James.
5 Nota de la revisión: refiere al segundo momento del proceso de traducción que, de acuerdo a Callon, abarca laproblematization, elinteressement, elenrolmenty la mobilization. También ha sido traducido como “crear el interés” o “interesamiento”.
6 Sus primeros trabajos de campo, entre 1973 y 1977, ya obedecen a un programa “simétrico” (Latour&Woolgar, 1979): estudiar investigadores marfileños como un laboratorio moderno, estudiar el Instituto Salk de San Diego sin postular su carácter científico: en conclusión, ¡como si estudiase “salvajes”!
7 cf. Sus referencias a A. Leroi-Gourhan o a G. Simondon, y a las revistas Technique et Culture o Technology and Culture.
8 Como también, desde los años 1970, a los encuentros, del primero con John Law, y del segundo con Steve Woolgar
9 Raisonspratiques publica “Los objetos en la acción” (Conein et al., 1993), mientras que a partir de la actividad de los expertos y de los falsificadores Bessy&Chateauraynaud (1995) formulan la pregunta por la calificación de los objetos en términos de capturas y de referencias. Cf. también la repercusión merecida en Francia del libro de Appadurai (1986), que contiene en particular la “cultural biography of things” de Kopytoff.
10 Nota de la traductora: Science&TechnologyStudies.
Para
un panorama de las evoluciones del área, ver los volúmenes
editados luego de los congresos de la 4S, la Societyforthe
Social Studies of Science<http://4sonline.org/, http://stshandbook.com/>.
Hoy el pequeño grupo de colegas fundado en 1975 cuenta con
1200 miembros y abarca vastas áreas, más próximas
a los criticalstudies – y a veces muy lejanas a los estudios de campo iniciales
sobre las técnicas.
11 Tomaré a continuación el ejemplo de las nociones próximas pero distintas de traducción y de mediación.
12 Latour, que ya trabajaba desde hacía muchos años con Callon, entró en el CSI en 1982.
13 Esta batalla de dobles entre la sociología de la cultura y la estética las ha encerrado a ambas en un debate estéril del que les cuesta salir.
14 Y la referencia automática a Berger y Luckmann (1966) no resuelve nada: ellos se ocupaban del conocimiento ordinario que cada uno tiene del mundo, muy lejos del uso crítico de la idea de construcción social que fue luego generalizado en relación a las creencias y objetos de los actores.
15 Cf. pragma, la cosa en griego. Latour recuerda que esto es así en todos los idiomas: res, Ding, thing, chose/cause en francés, la palabra que designa la asamblea, la cosa pública, el caso judicial, la causa común, en resumen, la discusión colectiva, nombra también la cosa en su sentido más material, no humano.
16 Más exactamente, para la sociología crítica, que lo son todo, un absoluto, cuando incumben a la ciencia, y nada, puros signos arbitrarios, cuando incumben a la cultura.
17 Si medimos la fecundidad de un medio por la manera en que sabe entablar los debates que duelen, el mérito de los STS es haberlos puesto sobre la mesa, desde el“epistemológica chicken” de Collins y Yearley (1992) y la réplica de Callon y Latour acerca del bebé y el agua del baño (alusión a la Bath School) hasta el “Anti-Latour” (Bloor 1999, un mismo número de revista que presentaba el ataque de Bloor, la respuesta de Latour y la réplica a esta respuesta), y luego hasta las tomas de posición de Barnes, Collins, Pickering, Star, Ashmore, Lynch y, claro está, de Hacking, que se preguntaba cruelmente “The Social Construction of What?” (1999).
18 Cf. por ejemplo el título de la obra de síntesis de L. Thévenot: La Acción en plural (2006).
19 Mejor hablemos por el momento de reinserción en prácticas: el pragmatismo, ya volveré a esto, no es una teoría de la práctica, sino un tomar en cuenta las cosas, lo que es muy distinto.
20 “Creer es creer que los demás creen” decía muy ciertamente M. De Certeau (1981).
21 Nota de la revisión: refiere al título de Pierre Bourdieu junto a Alain Darbel: “L’Amour de l’art. Les muséesd’arteuropéens et leurpublic” (traducido al español: “El amor al arte. Los museos de arte europeos y su público”).
22 Nota de la revisión: traducción del francés “sidération”, término médico que alude a un conjunto de síntomas entre los que destacan la interrupción de la respiración y un estado de muerte aparente.
23 James 1912, p.233, en “La noción de conciencia”: el original del famoso Essay VIII de los Essays in Radical Empiricismfue escrito en francés.
24 Aunque James no sea el primer nombre en el que se piensa cuando nos referimos a los STS o a la ANT, yo afirmaría que en la época de la ANT, de la traducción y de la mediación, éramos jamesianos sin saberlo: esto no significa insultar a un autor como James, ¡quien pedía que se juzgue a cada filosofía no por sus posiciones sino por los efectos y usos que puede producir!
25 Agencement, el original en francés del inglés assemblage, es ahora retomado habitualmente en francés. Pero este último término reduce la dimensión activa del agenciamiento (agenciar=actuar) y la fineza de los ajustes requeridos, entre las cosas y entre ellas y nosotros.
26 Ver el magnífico comentario de Stengers (2011, p.57) sobre este argumento en el Compendio de psicología de James.
27 Nota de la revisión: dado que en el marketing se desarrollan estrategias de hiper-segmentación, debemos entender que su resultado son los hiper-públicos, es decir, públicos específicos.
28 Nota de la revisión: se refiere al neologismo en francés “éprouvers”. En castellano sí existe la palabra “probador” y uno de sus sentidos aludeal sujeto que prueba.
29 Con G. Teil habíamos propuesto identificar la variedad de los aficionados particularmente según las maneras de combinar, de distinto modo, la importancia atribuida a la calidad de los objetos, al gusto de los demás, a las circunstancias y a los dispositivos, y a la búsqueda de su propio gusto (Teil, 2003 y Hennion, 2004).
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