Cuestiones de Sociología, núm. 31, e190, febrero-junio 2025
ISSN 2346-8904
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Departamento de Sociología

Sección institucional

Una invitación, tres tiempos, numerosos desafíos

Antonio Camou
Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (UNLP-CONICET), Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de La Plata, Argentina
Julia Hang
Centro de Investigaciones Sociohistóricas, Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (UNLP-CONICET), Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de La Plata, Argentina
Juan Ignacio Piovani
Centro Interdisciplinario de Metodología de las Ciencias Sociales, Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (UNLP-CONICET), Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de La Plata, Argentina
Natalia Romero Marchesini
Centro Interdisciplinario de Metodología de las Ciencias Sociales, Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (UNLP-CONICET), Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de La Plata, Argentina
Cita sugerida: Camou, A., Hang, J., Piovani, J. I., Romero Marchesini, N. (2025). Una invitación, tres tiempos, numerosos desafíos. Cuestiones de Sociología, 31, e190. https://doi.org/10.24215/23468904e190

Resumen: El presente artículo reúne parte de los intercambios generados en ocasión de la celebración del 30 aniversario de la carrera de Sociología de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata (FaHCE-UNLP). En el marco de la celebración, tuvo lugar el panel académico titulado “Desafíos de la sociología: debates académicos, agendas políticas y demandas sociales”. El objetivo fue reflexionar sobre el desarrollo de la sociología como disciplina, explorando su pasado y su presente, y las proyecciones hacia el futuro. A través de las intervenciones de los expositores, se busca contribuir a la formación de una sociología que responda a las necesidades emergentes de la sociedad contemporánea, promoviendo un análisis crítico y propositivo.

Palabras clave: Sociología, Desafíos disciplinares, Agendas políticas, Demandas sociales.

An Invitation, Three Times, Numerous Challenges

Abstract: This article brings together part of the exchanges generated on the occasion of the celebration of the 30th anniversary of the Sociology program of the Faculty of Humanities and Educational Sciences of the National University of La Plata (FaHCE-UNLP). Within the framework of the celebration, the academic panel titled “Challenges of Sociology: academic debates, political agendas and social demands” took place. The objective was to reflect on the development of Sociology as a discipline, exploring its past and present, and projections towards the future. Through the interventions of the exhibitors, the aim is to contribute to the formation of a Sociology that responds to the emerging needs of contemporary society, promoting a critical and purposeful analysis.

Keywords: Sociology, Disciplinary Challenges, Political Agendas, Social Demands.

Introducción

La carrera de Sociología de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) celebró su 30º aniversario destacando los hitos más significativos de su trayectoria. Sus orígenes se remontan a 1985, en un contexto de recuperación democrática y normalización universitaria en la Argentina, tras la última dictadura cívico-militar. En ese momento el profesor José Panettieri, entonces decano de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (FaHCE), impulsó la creación de la carrera, un proyecto que había comenzado a gestarse en las décadas de 1960 y 1970, cuando un grupo de docentes e investigadores soñaba con establecer una formación académica en sociología.

Panettieri no estuvo solo en esta iniciativa. Contó con el apoyo de una comisión académica integrada por destacados profesionales, bajo la coordinación del profesor Alfredo Pucciarelli, cuya experiencia y compromiso fueron fundamentales en la concreción del proyecto. A esta comisión se sumaron figuras clave como los profesores Horacio Pereyra, Nora Rabotnikof y María Cristina Tortti. Gracias al trabajo de estos pioneros, el primer plan de estudios de la carrera comenzó a tomar forma. Finalmente, entre 1991 y 1993, el Ministerio de Educación de la Nación otorgó la habilitación oficial a la Licenciatura en Sociología como carrera de grado, con lo que abría sus puertas a estudiantes de todo el país.

A lo largo de estos treinta años, la carrera ha atravesado numerosos hitos;1 no obstante, es posible identificar al menos tres ejes fundamentales que han permeado sus distintas etapas. En primer lugar, la carrera se distingue por haber sido concebida y desarrollada en el seno de una facultad de humanidades, lo que le ha conferido una sensibilidad singular hacia otras disciplinas. Esta característica se refleja tanto en la amplitud de sus contenidos curriculares como en su enfoque integral sobre lo social. En segundo lugar, la participación activa de profesores, graduades y estudiantes ha tejido un vínculo profundo que trasciende la mera formación científica, y ha convertido la disciplina en una comunidad académica. Por último, esta interacción ha generado una reflexión continua sobre las lógicas con las que los actores sociales se desenvuelven en una realidad compleja, lo que ha permitido abordar diversas coyunturas desde una perspectiva crítica.

Estos tres rasgos distintivos se encuentran con claridad en las exposiciones del Dr. Antonio Camou, la Dra. Julia Hang y el Dr. Juan Ignacio Piovani. Estos reconocidos referentes de la carrera recibieron una invitación especial: formar parte de un panel académico titulado “Desafíos de la sociología: debates académicos, agendas políticas y demandas sociales”. El reto era tan ambicioso como el título del panel. Debían sintetizar sus ideas en contados minutos. Sin dudarlo, aceptaron el desafío. Reflexionaron sobre el pasado, presente y futuro de la sociología, analizaron los retos de una sociedad en constante transformación y, con la rigurosidad científica que los caracteriza, lograron articular sus ideas dentro del tiempo estipulado.

Antonio Camou

Cuando recibí la generosa invitación para participar en este evento, lo primero que hice fue consultar al ChatGPT para ver qué me decía sobre el futuro de la sociología. Confieso que esperaba que me tirara algo original, incluso alguna idea brillante, para pavonearme ante ustedes. Seguramente le hice las preguntas equivocadas, pero lo cierto es que sólo obtuve un escuálido listado de diez temas bastante previsibles. Entonces pensé: “Mejor me quedo con mi torpeza natural, y ya veremos cómo llegamos a decir algo sobre el futuro”. Magdalena Lemus [moderadora del panel], me insistía: “Necesito un tema y saber de qué vas a hablar”. No sabía bien qué decirle, así que se me ocurrió un poco al voleo hablar sobre la sociología “ayer, hoy y mañana”. Con la aclaración obvia de que “mañana” puede entenderse de forma metafórica, abarcando pretenciosamente los tiempos futuros, o de manera literal, en cuyo caso todo lo que diga hoy 24 de mayo caducará indefectiblemente mañana 25 a la medianoche, o incluso antes.

Antes de entrar en materia, quisiera retomar muy brevemente —a la manera de un puente— un aspecto mencionado en el panel anterior, referido al desarrollo particular de la carrera y a la formación de ese grupo inicial “fallido” —dicho esto en broma— del plan '85. En esa cohorte prehistórica nos reunimos hace cuarenta años personas de diversas disciplinas, como Marcelo Prati o quien les habla, que veníamos de filosofía, Aníbal Viguera u Horacio Robles, que eran graduados en historia, Amalia Eguía que provenía de antropología, y otres compañeres de diferente formación. Ese crisol interdisciplinario, aunque se conformó de manera un tanto caótica, dejó una huella distintiva en la configuración epistemológica, teórica y metodológica de nuestro Departamento, como bien señalaron los colegas y amigos que participaron del conversatorio previo. Al punto que hoy me cuesta imaginar nuestra carrera desgajada de los debates con la historiografía, la economía, la filosofía, la literatura, la psicología y otras disciplinas del ancho mundo de las humanidades y las ciencias sociales. Creo que a todes nos fue quedando claro en ese derrotero que era absolutamente necesario —para entender esta cosa rara que es la sociedad argentina— dialogar, discutir e integrar diferentes miradas. Y creo que eso hemos tratado de hacer en estas fructíferas décadas.2

En virtud de esta experiencia compartida es que justamente quiero ahora traer a colación uno de esos diálogos —entre Sociología e Historia— para abordar el tema que he elegido. En este sentido, me permito la (irresponsable) licencia de retroceder aún más en el tiempo, en el juego entre pasado y presente que nos propone esta Jornada. Me interesa explorar una época que —aunque muy lejana— creo que sigue ofreciendo lecciones valiosas para la práctica sociológica actual y futura.

Me refiero a un pasado de 120 años, cuando en la Argentina se publicó —en 1904— un texto fundacional, aunque en gran medida olvidado o desplazado del cauce principal de nuestra carrera: el Informe sobre el estado de las clases obreras en el interior de la República, de Juan Bialet Massé (1846-1907). Baste decir en muy rápidas líneas que el autor fue un personaje extraordinario, polémico y multifacético: médico, abogado, agrónomo, empresario, masón, docente universitario, y ocasionalmente, funcionario público. Fue un catalán emigrado a nuestras tierras, que se casó con una argentina de alta alcurnia (nieta de Laprida) e hizo su vida aquí, que se afincó en el interior del país, que emprendió distintas actividades económicas, que desarrolló obras de ingeniería, que hizo aportes en diferentes áreas del conocimiento, y que elaboró este magnífico Informe, en la actualidad disponible como libro en diversas ediciones (Huber, 2007).

Pero me adelanto a efectuar una inexcusable advertencia: cuando digo que la obra de Bialet Massé no ha sido considerada en toda su valía, no me refiero a que ha sido ignorada por la cultura oficial: una pequeña localidad cordobesa lleva su nombre; una callecita de Buenos Aires lo recuerda; su busto engalana el Patio de Honor de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba; y ha sido objeto de diferentes homenajes. Tampoco pretendo incluir en un mismo ademán simplificador a todas los investigadores e investigadoras que se dedican a las ciencias sociales en la Argentina. Por citar unos pocos antecedentes, Bialet Massé es especialmente reconocido desde hace mucho tiempo por historiadores del trabajo y de las clases subalternas (Panettieri, 1966; Iñigo Carrera, 1969), por sociólogos y sociólogas que trabajan en el ámbito de los estudios laborales y de la estratificación social (Bagú, 1969; Murmis y Bilbao, 2004), así como por juristas especializados en derecho laboral (Despontin, 2007). Y aquí doy una pequeña vuelta de tuerca sobre nuestra propia historia. Como ya se dijo en el panel anterior, nuestra carrera contó con el determinante impulso político e institucional del exdecano José Panettieri, quien ha sido un referente en los estudios sobre la historia de los trabajadores en el país; pues bien, Panettieri siempre consideró la obra de Bialet Massé como un ineludible punto de partida de sus indagaciones (Panettieri, 1966). También se mencionó en el conversatorio anterior un documento clave en la conformación de nuestra carrera, elaborado por el destacado sociólogo Miguel Murmis. Algunos años atrás, cuando Murmis fue honrado como Doctor Honoris Causa por la Universidad Nacional de General Sarmiento, pronunció una brillante conferencia magistral en la que ofreció una extensa, profunda y original semblanza de la vida y la obra del sabio de origen catalán (2010).3

Sin embargo, aunque Bialet Massé ha sido justicieramente valorado en ciertos ámbitos disciplinares o temáticos, y que posee una dispersa, pero bien ganada legitimidad institucional, en mi opinión no ha recibido el merecido reconocimiento para ser incluido como parte central (subrayo: fundamental, primordial, imprescindible) del canon de la sociología argentina. Reparar esa falencia —creo— nos permitiría comprender el corpus principal de nuestra disciplina a una nueva luz: más diversa desde el punto de vista geográfico, más densa desde una mirada histórica, más plural desde la perspectiva de la producción, la circulación y los usos del conocimiento sociológico.

Unos pocos ejemplos pueden servir de muestra del problema que señalo. Y por aquello que solía decir Borges —en los listados, lo que más se nota son las omisiones—, repasemos sin ánimo de ser exhaustivos algunas visibles y representativas ausencias. Comencemos por lo básico; hasta donde sabemos, en ningún momento Gino Germani menciona a Bialet como antecedente de sus investigaciones; y tampoco lo hace su hija, en la cuidadosa y documentada biografía que publicó sobre su padre (Germani, 2004). En el tedioso catálogo telefónico de nombres y de obras que hilvanó Alfredo Poviña (1965) para dar cuenta del recorrido histórico de la sociología argentina, desde los tiempos de la Colonia hasta mediados del siglo XX, no se encontrará por ningún lado el nombre del autor catalán. Pero la reflexiva e inteligente reconstrucción realizada por Juan Marsal (1963) tampoco es capaz de encontrarle un lugar al creador del Informe. E igualmente lo ignora el polémico y todavía sugerente libro de Eliseo Verón, Imperialismo, lucha de clases y conocimiento: veinticinco años de sociología en la Argentina (1974). Incluso llama la atención que la excelente compilación sobre la Historia crítica de la sociología argentina, de nuestro apreciado colega Horacio González (2000), dedicada a rescatar las contribuciones de “los raros, los clásicos, los científicos, los discrepantes”, no le dedica un capítulo a la obra de Bialet Massé; apenas se le dispensa alguna que otra nota a pie de página a alguien que fue todo eso que original y agudamente el volumen intenta recuperar: el autor del Informe —podríamos decir— fue precisamente un “raro”, todavía no se le reconoce como un “clásico”, en todo momento fue un “científico”, y contra el horizonte prejuicioso de su época fue a todas luces un “discrepante”.

Frente al espejo de esta improvisada e incompleta enumeración marcha a contrapelo el breve libro del sociólogo cordobés Francisco Delich, Crítica y autocrítica de la razón extraviada: 25 años de sociología (1977); un volumen que en buena medida constituye un necesario contrapunto respecto del aporte de Verón antes citado, y en donde pueden leerse las siguientes líneas de un programa por realizar:

Si se admite que la sociología no es sino un tipo de conocimiento de la estructura y de las acciones sociales, sistemático, contrastable, crítico, deberemos comenzar por rescatar como uno de sus fundadores en la Argentina a un hombre que recorrió el país entero a comienzos de este siglo, para demostrar empíricamente no sólo que el incipiente proletariado criollo no era perezoso sino que sobrevivía en condiciones de super-explotación; escribió un clásico de la sociología y del socialismo (…) Se llamaba Juan Bialet Massé y todavía su memoria reclama el homenaje que se merece (Delich, 1977, pp. 103-104).

Recién un cuarto de siglo después, ese desafío es magistralmente asumido por Miguel Murmis, quien nos dice:

Como sociólogo me interesa especialmente la cuestión del olvido de un antecesor tan rico por parte de una disciplina entera. Se lo ha tratado, cuanto más, como un antecesor, alguien anterior en el tiempo, que puede ser olvidado o utilizado a veces como fuente. Quiero examinar la posibilidad de que sea realmente un precursor, alguien que presenta ideas y formas de trabajar que serán asumidas mucho después… Si ése es el caso, la obra de Bialet Massé podrá entablar un diálogo con nosotros y ser para nosotros un contemporáneo (Murmis, 2010, p. 34).

Pero si Murmis rescata especialmente el indiscutible valor teórico-metodológico, científico, académico de la obra de Bialet, a mí me interesa particularmente recuperar el costado práctico, profesional, el legado de un conocimiento orientado a elaborar políticas públicas. Es más: permítanme enfatizar el punto a riesgo de ser un poco exagerado, porque a veces es necesario exagerar los tantos para que ciertas ideas sean escuchadas: el Informe sobre el estado de las clases obreras en la República Argentina (1904) debería ser valorado —a mi juicio— al mismo nivel que valoramos La estructura social de la Argentina (1955) de Gino Germani. Por cierto, nadie ignora que las pródigas contribuciones del autor ítalo-argentino desbordan en múltiples direcciones las virtudes de ese monumental estudio inicial, pero aun así me permito recalcar que la no menos monumental, temprana, solitaria y anticipatoria producción de Bialet Massé merece ser ubicada en ese mismo plano. Intentaré a continuación justificar —aunque sea muy someramente— este aserto.

Comienzo con un breve recordatorio histórico sobre el contexto y la relevancia de la obra. Como es sabido, a finales del siglo XIX y principios del XX la constitución del Estado moderno en Argentina y la expansión de las relaciones capitalistas pusieron en el corazón de la agenda pública la llamada “cuestión social”, especialmente impulsada por la conflictividad entre los sectores populares y las clases patronales. Un punto de inflexión en este derrotero beligerante fueron las huelgas anarquistas de 1901 y 1902, que llevaron a una primera respuesta represiva por parte del régimen roquista: la tristemente conocida Ley de Residencia.4

Ahora bien, dentro del roquismo existía otro sector en el cual se destacaba un hombre, cuyo monumento de bronce ustedes pueden encontrar en la calle 7, entre 47 y 48, de la ciudad de La Plata. En efecto, Joaquín V. González, fundador de nuestra universidad y entonces ministro del Interior de Roca, representaba —con todas sus contradicciones— una corriente liberal, reformista y progresista al interior de la oligarquía gobernante. Este sector, en lugar de optar exclusivamente por la represión, buscó una respuesta diferente: introducir una legislación moderna, similar a la de algunos países avanzados de la época, como Australia (Zimmermann, 1994).

En ese marco, Joaquín V. González realizó desde el Estado distintos encargos (hoy los llamaríamos contratos de “consultoría”) a intelectuales y expertos de la época: a Leopoldo Lugones —que en ese momento era socialista— le solicitó un informe sobre las misiones jesuíticas; y a Bialet Massé le pidió el estudio que estamos comentando. El pedido fue realizado en enero de 1904, y el autor catalán presentó el Informe —parece increíble, pero es real— en abril del mismo año. En pocos meses, y en aquellos tiempos de caminos polvorientos, de comodidades escasas y de transportes inciertos, nuestro autor recorrió un extensísimo territorio que podríamos dibujar trazando una línea que va de Paraná a San Juan (de este a oeste), y de Córdoba a Humahuaca (de sur a norte), pasando –entre otros lugares- por pueblos y ciudades de Santa Fe, Chaco, Santiago del Estero, La Rioja, Catamarca, Tucumán y Salta. Viajó en tren o en bote, a caballo o a lomo de mula, a pie o en sulky; visitó obrajes, examinó plantaciones, descendió (o ascendió) a observar explotaciones mineras, hurgó en fábricas y talleres. Viajaba de día y escribía de noche, a la luz temblorosa de un farol, ensamblando un rompecabezas de lecturas, reflexiones, números, observaciones, entrevistas y experiencias. Su modo de proceder es tan actual que asombra:

Ver el trabajo en la fábrica, en el taller o en el campo, tomar los datos sobre él y después ir a buscar al obrero en su rancho o en el conventillo, sentir con él, ir a la fonda, a la pulpería, a las reuniones obreras, oírle sus quejas; pero también oír a los patrones y capataces (…) He penetrado en el toldo del indio y recorrido los puestos de las estancias (Bialet Massé, 1904, p. 20).

Y a todo le da una vuelta de tuerca inesperada y original:

Donde he podido y mis fuerzas o mis conocimientos han alcanzado, he tomado las herramientas y hecho el trabajo por mí mismo, para sentir las fatigas; así he entrado en las bodegas de los buques, he pasado un día y otro al lado de las trilladoras y tomado la guadaña para cortar alfalfa y hecho medio jornal sentado en la segadora, al rayo del sol, en mangas de camisa. (Bialet Massé, 1904, p. 20).5

Del Informe se han destacado y discutido varios aspectos que apenas puedo mencionar de pasada. Entre ellos, se encuentra una afirmación política nodal: la vindicación de los trabajadores locales (las “razas criollas y mestizas”) frente a la visión hegemónica que valoraba la superioridad de los inmigrantes. Además, encontramos la decidida incorporación de temas a una novedosa agenda social que llega hasta nosotros: dedica un capítulo completo al papel de la mujer y los niños en el áspero mundo del trabajo; en la mejor tradición de Lucio V. Mansilla (1831-1913), responsabiliza al Estado por la cruel condición a que es sometida la población aborigen; introduce una temprana discusión sobre cuestiones medioambientales; o se detiene largamente en la consideración jurídica, socio-económica y política de los riesgos laborales. Asimismo, a la par de estas aportaciones substantivas, el texto de Bialet Massé es reconocido por su innovadora estrategia teórico-metodológica, ya que aborda su objeto de estudio de manera multidimensional, a la vez que utiliza creativamente tanto fuentes cuantitativas como cualitativas (Murmis y Bilbao, 2004; Lagos et al, 2004; Murmis, 2010; Rubinich, 2011; Mendizábal, 2014).

Pero más allá de estos reconocidos aportes, me gustaría resaltar un aspecto que considero de enorme relevancia contemporánea: el modo en que Bialet Massé nos plantea la relación entre la producción de conocimiento y la toma de decisiones. Creo que esta relación es una llave central para entender la actualidad de su obra, porque nos permite reflexionar sobre el complejo proceso político, institucional y científico-técnico de elaboración de políticas públicas. En otras palabras, creo que sería particularmente fructífero para nuestra disciplina considerar la sociología “clásica” en la Argentina —nuestro módico canon criollo— como un campo de polaridades productivas; o si ustedes me permiten otra metáfora, como un sistema de estrellas dobles, orbitado por un conjunto amplio y plural de obras “ejemplares”, en el sentido kuhniano del término. Así, partiendo libremente de la conocida tipología propuesta por Michael Burawoy (2005), encontraríamos del lado científico, crítico-reflexivo, académico la figura de Gino Germani; mientras que del lado “práctico”, “profesional”, orientado a la intervención público-política, la pionera contribución de Bialet Massé.6

Pues bien, llegados a este punto no me queda más remedio que contar brevemente el final de esta historia y tratar de extraer algunas lecciones para nuestra propia experiencia. El encargo hecho por Joaquín V. González resultó en un Informe que buscaba sentar las bases para una nueva ley, para un código nacional de trabajo de orientación liberal progresista. Sin embargo, como suele ocurrir en la historia argentina, la iniciativa tuvo un desenlace desafortunado, en gran parte debido a la resistencia de los sectores más conservadores. El ministro lo menciona de manera muy sutil en sus memorias, aunque es consciente de que tanto el Informe como esa iniciativa parlamentaria coadyuvaron a transformar algunos ejes del debate público de entonces, y de la normativa laboral y de protección social en años venideros (González, 2006, p. 175). Pero más allá de este final, el Informe nos deja, entre otras cosas, varias lecciones valiosas tanto para el presente como —quiero creer— para el futuro de la práctica profesional de la sociología en nuestro medio. Voy a destacar tres lecciones.

La primera lección podríamos resumirla en términos de la voluntad de construcción de una cierta autonomía político-intelectual por parte de Bialet Massé en su relación con el poder. En los considerandos del decreto firmado por el presidente Roca y su ministro del Interior, se ponen de manifiesto tanto la clara intención del Estado de fundar sus decisiones en “evidencia” (según diríamos en la actualidad) como el recorte del problema a tratar:

Siendo necesario para el mejor criterio y más amplia información del Poder Ejecutivo y del Honorable Congreso, respecto a la legislación obrera que más conviene al país y debe presentarse en las próximas sesiones ordinarias de 1904, conocer las condiciones en que se verifica el trabajo en el interior de la República; los resultados prácticos y experimentales de las diversas jornadas adoptadas, así como los higiénicos, morales y económicos de ellos y del descanso dominical en los ramos de la industria en que se hallan establecidos; la importancia y forma de las retribuciones y salarios, y sus relaciones con la alimentación y alojamiento; las tendencias y resultados de las asociaciones gremiales que se han constituido en el interior; siendo además necesario conocer el estado de las industrias, las modificaciones que podrían sobrevenir en ellas por la implantación de las reformas que reclama el estado social actual y la mejor manera de ponerla en práctica, y especialmente conviene conocer con exactitud la situación de la clase trabajadora nativa, en comparación con la extranjera (Bialet Massé, 1904, p. 17).

Y al llegar al articulado resolutivo se ordena lo siguiente: “Comisiónase al Doctor Juan Bialet Massé, para que se traslade a las diversas localidades y centros de trabajo del interior de la República, y previas las investigaciones necesarias, presente al Ministerio del Interior un informe detallado sobre las condiciones del trabajo y de la población obrera en general (…)” (Bialet Massé, 1904, p. 18).

Pero nótese que el título del Informe no habla de “poblaciones”, sino de “clases”, y ese salto semántico implica la elaboración de una distancia crítica que pone en tensión los saberes del autor –que es un investigador social independiente y no sólo un “consultor” privado- respecto del encargo del gobierno. Como bien destaca Murmis, el sabio catalán considera su Informe “como una tarea con un objetivo práctico”, pero animada por “grandes valores, como la justicia y la equidad” (2010, p. 40). Por tales razones, para un hombre que profesaba un universo de ideas cercanas al socialismo y a la doctrina social de la Iglesia, “el uso de esas dos palabras, clases sociales, implica una decisión teórica o, si se quiere ideológica, en alguien que como Bialet Massé usa repetidamente el término explotación” (Murmis, 2010, p. 54).

La segunda lección vamos a resumirla rápidamente en términos de la visión concreta, práctica, experiencial de los distintos niveles de observación del Estado. Si bien las referencias a la política criolla y al Estado no están claramente sistematizadas en el texto, más bien se encuentran salpicadas a lo largo y a lo ancho de todo el Informe, incluso en algunos casos veladas por eufemísticas insinuaciones, es palmario que Bialet presta especial atención a la compleja articulación “inter” e “intra” gubernamental, a la vez que delimita cuidadosamente las responsabilidades locales, provinciales y nacionales en la problemática que lo desvela. Así, por caso, a nivel local elabora una mirada innovadora, de patente actualidad sociopolítica: en vez de perderse en abstracciones, examina de manera tangible cómo el Estado se manifiesta concretamente ante los actores sociales subalternos, a través de figuras cercanas, visibles, cotidianas, como el comisario o el juez de paz. Y al posar la mirada sobre estos burócratas de “nivel de calle” —según la clásica caracterización de Lipsky (1969)—, se esfuerza por separar la mucha paja, donde encuentra por doquier personajes acomodaticios, influenciables o directamente venales, del poco trigo representado por algunos casos excepcionales. Pero a la vez, frente al extendido panorama de empleados públicos de escasa o nula formación, se da tiempo para colocar en el centro de la agenda la necesidad de conformar cuadros profesionales en el Estado, especialmente en el nivel municipal del interior del país, que era entonces (y lo sigue siendo un siglo y pico después…) el más desatendido, el pariente más pobre de toda la estructura burocrática estatal. En el nivel provincial, por su parte, realiza un sugerente análisis comparativo, destacando aquellas provincias con estilos de gestión (diríamos hoy) que muestran mejores resultados y mayor capacidad de intervención en la regulación laboral. Finalmente, en el nivel nacional, que es el enfoque principal de su encargo, Bialet Massé sostiene de manera tajante que la regulación de las relaciones entre capital y trabajo no puede quedar en manos de las organizaciones patronales o sindicales emergentes. Argumenta que debe ser el Estado el que establezca el marco de referencia y las reglas del juego. En un contexto como el actual, en el que algunos intentan hacer retroceder el reloj de la historia, Bialet Massé reafirma que es el Estado nacional el que debe fijar esas reglas.

La tercera lección podemos cifrarla en términos de la orientación hacia los problemas públicos del conocimiento social. Como es sabido, Harold D. Lasswell propuso en un artículo ya clásico —de comienzos de los años setenta— una distinción cardinal en la configuración del campo político-académico sobre políticas públicas: la tensión constitutiva entre el conocimiento “de” y el conocimiento “en”. El primero se refiere a la construcción de una cuestión pública como objeto de investigación, mientras que el segundo se concentra en tratar una cuestión pública como un problema práctico de intervención (Lasswell, 1992). Pues bien, Bialet Massé comprende tempranamente que es esencial integrar productivamente estos saberes en tensión. Y esta constatación nos mete de lleno en la reflexión contemporánea sobre la relación entre la práctica pública y profesional de las ciencias sociales, en general, y de la sociología en particular. Para decirlo brevemente: mientras nuestra disciplina ha consolidado a lo largo de los años una tríada sólida entre docencia, investigación y extensión, la dimensión profesional a menudo es la más débil. No estoy proponiendo ninguna revolución (ya saben que no es mi estilo…); mi enfoque más bien está dirigido a una mejora gradual, incremental, basada en el ensayo y error, en el aprendizaje de experiencias pasadas para avanzar en la mejora de nuestra inserción profesional.

Por cierto, este aspecto de la profesionalización no es un tema novedoso en el debate sociológico en nuestro país (y me atrevería a decir, en América Latina). Es más: diría que es un tema cíclicamente recurrente, que sospecho sigue un cierto patrón: en la medida en que en un determinado período la sociología se consolida y se legitima (epistemológicamente, institucionalmente) como un espacio crítico de producción de conocimiento, se plantea a continuación el problema “profesional”, e incluso “laboral”, de la aplicación de ese mismo conocimiento, de su pertinencia, de su relevancia, y en definitiva, de su capacidad para resolver problemas, ya sea en el ámbito público en general, en el campo estatal, e incluso en el sector privado.

Por eso, diría que se pueden señalar dos momentos en los que ese debate por la profesión sociológica se ha dado con especial intensidad. El primer momento se da entre mediados de los años sesenta y comienzos de los setenta, cuando la inmensa obra de Germani y sus colaboradores ha dado ya buena parte de sus mejores frutos académicos, pero aparece con fuerza el problema de la inserción laboral de los graduados recientes; desgraciadamente, como sabemos, esa discusión se cortó de manera tan abrupta como trágica con el golpe cívico-militar del ’76. El segundo momento, a mi modo de ver, se da precisamente en tiempos recientes, cuando una serie de ensayos e investigaciones dan cuenta de diferentes inquietudes por el quehacer sociológico. Y justamente por eso estamos aquí, revisando un poco el camino de dónde venimos, para ver hacia dónde vamos.

A modo de ejemplo, cito brevemente un párrafo de un texto ya clásico de Eliseo Verón, publicado inicialmente en 1968, con revisiones en 1969 y 1970, extremadamente crítico sobre la formación de los estudiantes en la carrera de sociología de la UBA. Señala allí el autor:

La formación de los estudiantes (…) ha tenido un énfasis académico, es decir, ha tendido a acentuar la preparación para la investigación científica dentro de las instituciones universitarias, antes que la preparación para la actividad profesional en el ámbito local, oficial o privado (empresas, industrias, etc.). Los estudiantes, al graduarse, están preparados para intervenir como personal subalterno en investigaciones científicas…, pero muy mal preparados para ocupar cargos profesionales en empresas o para realizar asesoramiento técnico en organismos oficiales (Verón, 1970, p. 183).

Aunque el texto de Verón es un ejemplo brillante de análisis, está fuertemente marcado por su conocido enfrentamiento teórico e ideológico con Germani, y también muestra —a mi juicio— evidentes signos de envejecimiento y de exageración. ¿En qué sentido exagera Verón? Aunque él afirma que los/as graduados/as de la carrera de Sociología de Germani en los años sesenta y setenta estaban mal preparados para la actividad profesional, la realidad es que muchos/as de ellos/as hicieron importantes contribuciones en el ámbito estatal. Se insertaron con éxito en oficinas de planificación, estadística, desarrollo social, educación y salud, entre otras áreas. Este auge en la inserción de sociólogos/as en el Estado fue notable con el arribo del peronismo al poder en 1973, sobre todo en la primera etapa, aunque luego sufrió los conocidos avatares de la derechización del gobierno que desembocaría en el quiebre institucional de 1976.7

Trazando un rápido paralelo entre esa historia y nuestra propia trayectoria, podríamos decir que una parte significativa de nuestros graduados y graduadas ha encontrado su lugar de inserción laboral en el Estado -a nivel nacional, provincial o municipal-, y desarrollado una rica experiencia y conocimientos a lo largo de los últimos veinticinco años. En todo caso, uno de los desafíos que enfrentamos hoy consiste en poner en práctica los dispositivos curriculares para hacer re-circular de manera continua esos saberes, esas ricas experiencias de gestión, entre las generaciones más jóvenes. En definitiva, el viejo y nuevo problema de vincular la producción de conocimiento con la toma de decisiones, para el cual la investigación señera de Bialet Massé constituye una referencia insoslayable. Por eso les invito fervorosamente a leer el Informe: a discutirlo, a repensarlo, a criticarlo, a usarlo como una obra clásica, y por tanto, a trabajarlo como un texto siempre contemporáneo.

Y si no me creen (harían bien en desconfiar…), finalizo con lo que considero es uno de los mayores elogios que yo conozco a un funcionario público argentino, que también era un destacado docente universitario y un admirable investigador social. Este reconocimiento no proviene de colegas, estudiantes o admiradores, sino de una empresa multinacional. Se trata de una esquela —rescatada por el historiador Javier Trímboli— elaborada por la empresa inglesa que explotaba la mina del Cerro Famatina, en La Rioja, ubicada a 4600 metros sobre el nivel del mar. Bialet Massé, a los 58 años, con su cuerpo lacerado por diversos achaques, a pesar de su delicado estado de salud, decidió subir a la mina para inspeccionar por sí mismo las condiciones de trabajo. De hecho, esos padecimientos lo llevarían a la muerte apenas tres años después de presentar su Informe, sin que pudiera apreciar los cambios en la legislación social que con tanto ahínco había fogoneado.

La carta fue enviada a los ingenieros a cargo de la mina por parte de la gerencia de la empresa, y dice lo siguiente:

Les hacemos llegar esta sucinta comunicación con el objeto de informarles que en los días subsiguientes visitará las instalaciones mineras un enviado del gobierno argentino, el señor Juan Bialet Massé. Hemos intentado desanimarlo acerca de la conveniencia de realizar el ascenso hasta las cumbres del Famatina, pero nuestro consejo no fue escuchado. El funcionario en cuestión se obstina en emprender esa marcha pues desea recorrer nuestras minas con el fin de informarse sobre las condiciones de vida de los trabajadores por nosotros empleados. Le hemos hecho entrega, en su momento, de un listado con los salarios correspondientes a cada categoría y oficio, pero éste no dejó satisfecha a su meticulosidad. No obstante haber dado muestras sobradas de nuestra disposición a la colaboración, insistió en su posición de verlo todo con sus propios ojos. Les rogamos, sepan recibirlo con la cortesía que debe distinguirnos. Sin embargo, dada la pretensión de este señor en entrometerse en asuntos que son de nuestra exclusiva incumbencia, nos vemos obligados a sugerirles, a disgusto, que hagan lo posible para que este celoso funcionario comprenda que, si nuestra empresa es extranjera en esta Nación, él es extranjero en nuestra empresa (Trímboli, 1999, p. 117).

Creo que este es el mejor elogio que se le puede dispensar a un docente universitario, a un investigador social y a un funcionario público: “celoso”, “meticuloso”, “obstinado” por conocer con “sus propios ojos” las terribles condiciones padecidas por los trabajadores en nuestro país, y a la vez comprometido en producir un conocimiento que se pueda transformar en acción estatal planificada, en mejora social, en política pública. Este Informe, escrito hace 120 años, ejemplifica la productiva dialéctica entre el pasado y el presente a la que nos convoca esta Jornada. Porque explorar ese lejano pasado nos invita a reflexionar sobre nuestro presente, y a seguir pensando y discutiendo sobre nuestro futuro. Muchas gracias.

Julia Hang

Qué alegría estar aquí celebrando los 30 años de nuestra carrera. Encontrarnos en este momento nos fortalece como comunidad en el contexto difícil que estamos atravesando. Nos refugiamos en nuestra comunidad para avanzar con nuevas ideas, con más fortaleza, recuperando nuestro pasado y reflexionando sobre nuestro presente y futuro. Hoy estoy acá como parte de una voz colectiva, de compañeros y compañeras graduados y graduadas; todas las instancias que me tocó habitar en el Departamento han sido siempre como parte de ese colectivo que somos los graduados y las graduadas de nuestra carrera. Lo que voy a presentar dialogará con lo que presentó el Dr. Camou y lo que compartirá el Dr. Piovani: reflexionar sobre la relación entre los debates académicos, los desafíos de las políticas y las demandas sociales. Voy a reflexionar un poco sobre mi trayectoria y algunos trabajos que he realizado. Mientras la presentación del Dr. Camou se centró en el pasado, la mía se enfocará más en el presente, con un enfoque algo autorreferencial, pero con el objetivo de reflexionar sobre las condiciones en las que hacemos sociología y sobre las tramas institucionales en las que la llevamos a cabo en este contexto.

Me gradué en 2011 con una tesina sobre nadadores, y desde entonces, el deporte ha sido el eje central de mi trayectoria. Desde ese momento, he estado intentando explorar y problematizar diversos aspectos de la sociedad. En ese estudio inicial, me interesaba analizar la relación entre sociabilidad, cuerpo, edad y clases sociales. Más adelante, me enfoqué en la relación entre política y deporte, y finalmente, examiné cómo el deporte en general, y el fútbol en particular, se convierte en un campo de disputa para los feminismos. Esto me llevó a movilizar grandes conceptos sociológicos a partir de preguntas planteadas a un objeto de estudio, en este caso el deporte, para comprender procesos sociales relacionados con la desigualdad y la distribución del poder. A partir de estos intereses, también he desarrollado preguntas metodológicas. Todo lo que he investigado ha convergido en un proyecto de extensión llamado “Hacia Clubes Inclusivos”, en el que, desde hace varios años, trabajamos con clubes de La Plata, Berisso y Ensenada con un objetivo ambicioso: garantizar el acceso al deporte, promover la equidad de género y apoyar a los clubes en la creación de espacios libres de violencia.

Cuando comencé a interesarme por el deporte como objeto de estudio, este campo aún no estaba tan desarrollado. Aunque en nuestro país ya había investigadores dedicados al deporte, no gozaba de mucha legitimidad en el mundo académico. De hecho, nunca había leído un trabajo sobre deporte hasta que, mientras hacía mi tesina de grado, descubrí el estudio de Rodolfo Iuliano (2010) sobre golfistas. Aunque el enfoque de su trabajo no era estrictamente sobre golf, sino que abordaba la estratificación social, ahí encontré que el deporte podía ser objeto de estudio de la sociología. Este interés surgió en un contexto particular, con una política estatal que impulsaba el crecimiento de la investigación en ciencias sociales y humanidades, lo que permitió un acceso exponencial a becas de posgrado, entre otras oportunidades. El rol del Departamento de Sociología (FaHCE) fue fundamental, no sólo facilitando, sino también promoviendo este desarrollo. Por ejemplo, en 2018, tuvimos la oportunidad de publicar un Dossier que coordinamos con Rodolfo Iuliano y José Garriga Zucal.8 Además, desde hace más de 12 años, las Jornadas de sociología han incluido una mesa que crece cada año,9 y otros espacios institucionales como los Talleres de Tesinas10 y las Tutorías de Egreso,11 que también han incentivado el desarrollo de trabajos finales en este campo. Creo que mi trayectoria tiene muchas afinidades con la de compañeros y compañeras que, desde otros campos, han explorado nuevas preguntas y objetos de investigación. Estas exploraciones han dinamizado las agendas de investigación de la sociología en diálogo con las instancias que habitamos en el Departamento. Las jornadas de sociología son una expresión de estos esfuerzos, y todo esto ha sido posible porque contamos con las herramientas necesarias: una sólida formación en teorías y metodologías proporcionadas por nuestra carrera.

La invitación que recibí para estar presente en este panel me llevó a reflexionar sobre cómo la sociología responde a los dilemas de una sociedad que cambia vertiginosamente, dejándonos a menudo perplejos y con dificultades para captar estos procesos desde nuestro propio campo de estudio. Este desafío de la disciplina para entender las transformaciones sociales me hizo preguntarme sobre las posibilidades que tenemos para captar estos cambios, las herramientas con que podemos hacerlo y para qué propósitos. Revisé entonces actas de congresos anteriores y los temas discutidos en las mesas especiales, que a menudo nos permiten abordar cuestiones emergentes desde discusiones más específicas. He observado que muchos de los temas que hoy están en el centro del debate público ya estaban presentes en nuestras jornadas desde hace años, como el lenguaje empresarial en la gestión de la vida cotidiana, las cuestiones de género, el ascenso de nuevas derechas, los conflictos socioambientales o las tecnologías en la educación, sólo para mencionar algunos. En la carrera de Sociología, actualmente estamos abordando muchos temas que ahora se problematizan en la agenda pública, y que, en parte, ya estábamos considerando como comunidad. Lo que quiero resaltar es que a partir del estudio de estos ejes y dimensiones encontramos pistas para entender la sociedad. Aunque no sé si llegaremos a una explicación completa de fenómenos recientes, como el éxito electoral de Milei, el análisis de nuestro trabajo en el Departamento y la evolución de las discusiones que hemos tenido a lo largo del tiempo nos proporcionan indicios valiosos. Estos resultados son fruto de debates entre todos los claustros, en los que solemos definir nuestras agendas emergentes.

Con esto no quiero sugerir que la sociología “la haya visto”, es decir, haya anticipado todo lo que hoy nos inquieta, pero sí creo que podemos hallar indicios en nuestra propia historia que nos sitúan en una tradición sólida y lo suficientemente flexible y abierta como para permitir la emergencia de nuevas preguntas, explorar nuevos objetos de estudio, abrir nuevos debates y también revisitar las cuestiones clásicas de nuestra disciplina. El desafío que enfrentamos hoy es reconsiderar algunas de las preguntas tradicionales de la sociología, especialmente en relación con su carácter como disciplina científica, considerando un contexto en el que no sólo la sociedad está en transformación, sino también la relación de gran parte de la sociedad con nuestra disciplina. Hoy en día, la sociología y las ciencias sociales en general enfrentan un fuerte desprestigio por parte de amplios sectores de la población. Estamos atravesando un ajuste económico brutal que impacta no sólo en quienes trabajamos en sociología en la FaHCE y en la academia, sino también en los ámbitos estatales y en otras instituciones donde se hace sociología. Para concretar estas reflexiones, quisiera compartir algunas ideas basadas en dos experiencias de trabajo, tanto en la investigación académica como en la extensión, con el objetivo de analizar la relación entre los debates académicos, las agendas políticas y las demandas sociales.

En 2018, realicé una investigación sobre la relación entre la política deportiva y los feminismos, centrada en una etnografía con hinchas y socias del Club de Gimnasia y Esgrima de La Plata. En ese momento, el club había creado un área de género, una experiencia bastante pionera a nivel nacional que luego fue replicada por una gran cantidad de clubes en todo el país. Mi interés era explorar los modos de participación política de las mujeres en las instituciones deportivas. Durante este período, tuve que replantear constantemente mi rol como socióloga, ya que me encontraba con activistas que me generaban simpatía, a las que denominé, siguiendo sus propias palabras, “triperas feministas”. Ellas me veían como una mujer feminista vinculada al ámbito académico y esperaban que les proporcionara recursos, contactos y mi interpretación de los acontecimientos. Las escuché y las ayudé a tomar decisiones, pero también noté que estaban constantemente a la espera de leer lo que yo producía.

En 2019, las invité a las Jornadas de sociología de la FaHCE, en las que presenté los primeros avances de mi trabajo. Una de las primeras reflexiones que surgió fue sobre cómo la construcción del feminismo en el fútbol estaba influida por rivalidades futbolísticas, lo que complicaba la articulación entre feminismos de distintos clubes. Este desafío no se resolvía por una espontánea sororidad entre mujeres, sino que requería un trabajo político muy sutil, como el esfuerzo detrás de una simple foto conjunta con otra feminista del club rival. Una de las triperas feministas, al escuchar mi presentación, levantó la mano y comentó que mi interpretación era errada. Argumentó que, cuando ellas criticaban las prácticas feministas en otros clubes, lo hacían desde una concepción política que no coincidía con los modos de acción pública, y que esto no estaba relacionado con ser hincha de un club o de otro.

Esta observación me sorprendió y me llevó a revisar mis notas de campo, en las que pude encontrar una gran heterogeneidad entre las hinchas. Algunas eran más feministas que hinchas y otras más hinchas que feministas, y a través de su vinculación con el fútbol construían su feminismo. Esta experiencia me hizo reflexionar sobre la necesidad de ser más estratégica y cuidadosa en el tipo de diálogo y en la forma de presentar mis observaciones. Recuperé un artículo del libro coordinado por Juan Piovani y Leticia Muñiz Terra (2018), en el que Ornela Boix y Nicolás Welschinger abordan la descripción en ciencias sociales. Ellos destacan que las descripciones no sólo se elaboran en relación con postulados metodológicos y teóricos, sino también en función de los intereses de los interlocutores. Esto no implica convertirnos en sociólogos militantes o portavoces de esas organizaciones, pero sí reconoce que la voz de los interlocutores se integra en nuestras explicaciones. También me resultó útil el concepto de “producción relacional del conocimiento” propuesto por Virginia Manzano (2019). Ella lo aplica al conocimiento generado desde la extensión, pero creo que también es relevante para la investigación que producimos en el ámbito académico, ya que, al producir datos para responder a demandas sociales, colaboramos en construir esa relación de manera dialéctica y circular.

La segunda experiencia que quería compartir se refiere a una colaboración que llevamos a cabo entre la Secretaría de Extensión y el proyecto de extensión “Hacia Clubes Inclusivos”, en conjunto con el Departamento de Educación Física de la FaHCE y un ministerio de la provincia de Buenos Aires. El objetivo era desarrollar un programa de formación para formadores en la Ley 15.134 (conocida como Ley Micaela) con enfoque en el deporte. Esta ley, sancionada por la Legislatura de la provincia de Buenos Aires en 2019, establece la capacitación obligatoria en cuestiones de género para todas las personas que trabajan en y lideran clubes deportivos, entre otros/as destinatarios/as. La experiencia fue muy enriquecedora: participaron estudiantes de la carrera de Educación Física (FaHCE), referentes de los clubes con los que veníamos trabajando, algunos extensionistas de nuestro proyecto y otros actores involucrados. Sin embargo, también resultó ser un desafío considerable. Uno de los retos fue alinear nuestros lenguajes, perspectivas y expectativas con los de la Ley Micaela, que como política pública tiene tiempos y objetivos diferentes. Aunque en la academia, la extensión, la investigación, la docencia y la militancia compartimos un horizonte común de transformación social y el anhelo de la construcción de una sociedad sin desigualdad de género, esto no siempre era evidente en la práctica.

Lenguajes y expectativas diferentes se presentaban, a veces, en detalles muy pequeños. Por ejemplo, al preparar materiales para unas clases, queríamos destacar las particularidades del ámbito deportivo. Entendíamos que, aunque la Ley Micaela puede aplicarse de manera transversal a cualquier ámbito social, el mundo del deporte tiene características y lógicas propias que afectan su implementación. Reflexionamos sobre el rol del cuerpo, considerando que su uso puede considerarse “más libre” y “relajado” que en otros contextos. En el deporte, es común abrazarse tras un gol, chocar con un compañero, o que un entrenador toque al deportista para explicar técnicas, además de que en este ámbito se muestran partes del cuerpo que en otros contextos se ocultan debido a la indumentaria requerida para practicar el deporte. Sin embargo, cuando presentamos estos materiales, una funcionaria nos hizo notar que nuestra caracterización del ámbito deportivo podría interpretarse como una justificación de abusos. Es decir, al describir cómo el deporte permite una exposición y contacto físico más abiertos, se podría malinterpretar que estábamos legitimando o habilitando situaciones de abuso. Frente a ello, nos preocupamos, nos frustramos, revisamos nuestro texto en múltiples ocasiones y discutimos el tema con colegas. Finalmente, decidimos mantener la descripción original, intentando convencer a la funcionaria de que lo que estábamos ofreciendo era una descripción de la realidad basada en investigaciones rigurosas que tomaban en consideración la voz de las deportistas, entrenadores y dirigentes, no la de un ideal. Es decir, para desarrollar políticas efectivas para prevenir la violencia de género en el deporte, es crucial entender cómo funciona realmente ese ámbito, al menos en algunos aspectos, y reconocer cómo es percibido como válido y legítimo por los propios actores involucrados.

En definitiva, estas situaciones nos invitan a reflexionar sobre los desafíos emergentes y las tensiones que enfrentamos al emprender proyectos que integran debates académicos, agencias políticas y demandas sociales. Nos llevan de vuelta a una pregunta clásica de la sociología. ¿Qué hacemos con lo que hemos observado? ¿Para qué sirve? Hay múltiples respuestas posibles. Personalmente, prefiero las respuestas más modestas: la sociología sirve para entender ciertos aspectos del mundo social, y comprender no equivale a justificar. Este es un debate que, aunque a veces parece resuelto, sigue siendo relevante. ¿Cómo conocer aquello que no nos gusta? ¿Cómo convertir nuestra indignación en un problema de investigación? Debemos poder descentrarnos de nuestros ideales para comprender la realidad, promoviendo una sociología que no sea normativa. En este proceso de producción de conocimiento, emerge también la pregunta de ¿A quién nos dirigimos? La sociología debe dialogar con diversos actores, no sólo para resolver problemas, sino también para identificarlos y construir soluciones. Además, debemos enfrentar el desafío de comunicar explicaciones complejas a un público amplio, en un contexto de fragmentación y posverdad, en el que muchas personas ni siquiera confían en lo que los/as sociólogos/as tenemos para ofrecer.

Juan Ignacio Piovani

Cuando recibí la invitación a participar en este panel sobre los desafíos que enfrenta la sociología, lo primero que pensé es que se trata de un tema muy amplio, con muchas dimensiones y posibilidades de abordaje. Los desafíos en sí mismos son objeto de debate: se enuncian y se construyen desde diversas perspectivas y posiciones, y pueden resultar contradictorios. Un mismo desafío puede tener una connotación positiva desde una perspectiva, como algo que deseamos promover, o una connotación negativa desde otra, como algo que queremos evitar para la sociedad.

Tratando de estructurar la presentación y darle un marco adecuado, recurrí a la tipología de Burawoy (2005), desarrollada en el marco de su discusión sobre la defensa de la sociología pública. Esta tipología se construye a partir de las preguntas fundamentales sobre el conocimiento de la sociología: ¿para qué? y ¿para quién?, a las que yo añadiría una tercera: ¿quién lo realiza? Esta tipología contempla dos dimensiones. En primer lugar, reconoce que la sociología trasciende el ámbito académico. Como mencionó el Dr. Camou, las instituciones científicas tienen un papel importante, pero también es crucial el trabajo de nuestros egresados fuera de la Facultad. Por lo tanto, se distingue entre el ámbito académico y el extraacadémico como espacios en los que se hace sociología. En segundo lugar, se diferencia entre tipos de conocimiento. Burawoy (2005) distingue entre el conocimiento instrumental, que se orienta a responder preguntas concretas, y el conocimiento crítico. Este último, en el ámbito extraacadémico, se refiere a la sociología pública, centrada en la intervención y reflexión sobre aspectos clave de la vida social.

En resumen, a partir de estas dos dimensiones Burawoy (2005) define cuatro tipos de sociología: la profesional, que se relaciona con la profesión académica y científica; la práctica, que aborda problemas específicos en el ámbito extraacadémico; la crítica y la pública. En este contexto, me gustaría comentar algunos desafíos actuales de la sociología en el ámbito académico y, si el tiempo lo permite, también en el campo de la sociología pública.

Por supuesto, Burawoy (2005) no considera estos tipos como compartimentos estancos. Existen numerosos vínculos entre ellos, y uno de los desafíos de la sociología y de la formación en nuestras carreras de Sociología es discutir, fomentar y concretar estos vínculos. El conocimiento producido en el ámbito académico, tanto el crítico como el que tiene un propósito más instrumental, puede ser un recurso valioso para intervenciones públicas de la sociología y para pensar debates más amplios sobre la organización de la sociedad, la política y el Estado. También puede servir para abordar cuestiones técnicas, operativas y concretas en organismos públicos o empresas, entre otros espacios. Al mismo tiempo, y esto es un aspecto fundamental de la sociología crítica, sus aportes resultan valiosos para pensar el modo en que opera la sociología profesional académica.

Antes de abordar este tema, quisiera hacer un paréntesis, ya que estamos celebrando los 30 años de la carrera de sociología. En este contexto, creo que es importante mencionar algunos desafíos específicos que enfrentan las carreras de sociología en la Argentina hoy en día. Como mencionaron antes, existe cierto desprestigio y deslegitimación de la sociología y, en general, de las instituciones de ciencias sociales. Sabemos que, con la recuperación de la democracia, las carreras de ciencias sociales, y las de sociología en particular, experimentaron una gran expansión debido a la fuerte demanda vinculada al renacer de la sociedad civil y al renovado interés por lo político y social. Sin embargo, a lo largo del siglo XXI, especialmente desde el año 2000 hasta la pandemia de Covid-19, la sociología fue perdiendo espacio en comparación con otras carreras de ciencias sociales.

En efecto, actualmente la sociología tiene una presencia significativamente menor: las carreras de Sociología son la mitad de las de Ciencias Políticas y Trabajo Social, y sólo un tercio de las de Comunicación Social. Además, la carrera está mucho más concentrada en el área metropolitana; el 65 % de todas las carreras de grado en Sociología se imparten en el AMBA o en un par de ciudades grandes, especialmente de la región pampeana. También se enfrenta desde hace tiempo a una crisis de matriculación, aunque no sé si ha habido alguna recuperación reciente. Durante el período que mencionaba, la matrícula en Ciencia Política creció un 65 % y en Trabajo Social un 56 %, mientras que en Sociología, apenas un 4,6 %. Esto ha llevado a que la sociología pierda terreno dentro del conjunto de las carreras de Ciencias Sociales, representando ahora aproximadamente el 7 % del estudiantado, cuando hace algunos años estaba más cerca del 10 %. Además, como mencionó el Dr. Camou, existe la cuestión de la orientación profesional fuera del ámbito académico. Estos datos provienen de un trabajo que realizamos junto a una colega de la Universidad de Cuyo, Anabella Abarzúa (Abarzúa Cutroni y Piovani, 2023), en el que analizamos la oferta de carreras de ciencias sociales, los perfiles formativos y las incumbencias profesionales. En general, las formaciones suelen ser integrales y, en el caso de Sociología, se orientan principalmente hacia la profesión académica, o el trabajo en el Estado y en organizaciones públicas, mientras que la preparación para el ejercicio profesional en el mercado y el sector comunitario es mucho menor, especialmente en comparación con carreras como Trabajo Social y Comunicación Social, en las que estas áreas tienen una mayor presencia en la definición de incumbencias. Con esto, cierro el paréntesis y regreso a la cuestión inicial sobre los desafíos académicos, especialmente en el ámbito de la sociología profesional.

Primero, quisiera ofrecer una breve caracterización de lo que entendemos por esto. La sociología ha experimentado una creciente profesionalización académica en las universidades de todo el mundo. Esto ha llevado a algunos autores a señalar una tendencia global emergente en la que las ciencias sociales, cada vez más, replican la lógica de las disciplinas científicas tradicionales, especialmente las ciencias naturales. Esto se refleja en los estilos de producción, las lógicas de evaluación y los mecanismos de consagración. Este campo emergente se caracteriza por estar fuertemente concentrado en un núcleo representado por los países del Norte global, en particular Europa occidental, Estados Unidos y Canadá, que dominan la producción científica que se mueve en el circuito mainstream. Según algunos estudios (por ejemplo, Mosbah-Natanson y Gingras, 2014), cerca del 90 % de la producción científica en este ámbito proviene de estos países, y está crecientemente dominada por el idioma inglés. Este circuito está compuesto por revistas de prestigio y alto impacto, que no sólo imponen estándares en términos de contenido, sino también en cuanto a un lenguaje y formato relativamente estandarizado en la escritura del texto científico. Un ejemplo de esto es la adopción extendida de las normas APA, que han influido en la estructuración de las ciencias sociales según el modelo de introducción, métodos, resultados y discusión. Este enfoque ha ido ganando creciente presencia en la sociología, pero trae consigo algunas consecuencias. La disciplina se vuelve cada vez más autorreferencial, enfocada en sí misma y destinada principalmente a un público experto. Esto genera una desconexión con otros ámbitos, en términos de los tipos de conocimiento que promueve la sociología crítica, ya que se concentra mucho en el conocimiento instrumental y en la respuesta empírica a problemas muy específicos y acotados. Incluso, esta tendencia tiende a desentenderse de lo que pasa con la sociología en el ámbito del ejercicio profesional extraacadémico y también de lo que llamamos sociología pública.

En la Argentina, la profesionalización académica ha seguido en parte estas tendencias, pero con características particulares que la hacen algo heterodoxa. Su internacionalización no se centra tanto en el circuito mainstream, sino más bien en los llamados circuitos regionales emergentes, como el circuito iberoamericano. El trabajo de Fernanda Beigel y Denis Baranger (2023) muestra que la sociología argentina está fuertemente internacionalizada, pero lo está principalmente en idioma español y en el circuito iberoamericano, y que tiene una presencia mucho más marginal que otros países latinoamericanos en el circuito mainstream. Además, es bastante heterodoxa en términos de estilos de producción. Al comparar publicaciones sociológicas de distintos países latinoamericanos y otras regiones del mundo, la producción argentina es probablemente la menos adherida a los formatos de escritura estandarizados prevalentes en las revistas internacionales mainstream.

Esto puede ser visto tanto de manera positiva como negativa. Negativamente, se critica que los textos suelen explicitar poco las decisiones metodológicas; a menudo se presentan resultados sin detallar cómo se construyeron, cuál fue la muestra, o cómo se realizaron las entrevistas, si se siguió una guía, etc. Este es un desafío que puede interpretarse de manera ambivalente, ya que muchas políticas científicas se proponen como objetivo promover una sociología más integrada al circuito mainstream, más alineada con las agendas globales y dirigida a un público transnacional, aunque sea uno muy acotado. Por otro lado, existen posturas críticas respecto de esta tendencia, y estas críticas son muy pertinentes, especialmente a la luz de investigaciones como las de Sari Hanafi (2011) sobre las ciencias sociales árabes. Estas investigaciones demuestran que la integración en el circuito internacional más prestigioso de la sociología mainstream a menudo se realiza a costa de desentenderse de los problemas locales y regionales. De ahí surge el famoso dicho: “Publicar globalmente para perecer localmente o regionalmente”, ya que la investigación puede perder relevancia local o regional al enfocarse en una audiencia global. Por el contrario, investigaciones con impacto y relevancia en el contexto local y regional suelen carecer de incidencia en el ámbito global de la disciplina. En efecto, algunos estudios bibliométricos muestran, por ejemplo, que trabajos sociológicos argentinos que son ampliamente citados y reconocidos en el circuito regional son prácticamente invisibles en el circuito global.

Con las personas con las que he trabajado defendemos firmemente la importancia del circuito iberoamericano y de los circuitos regionales, así como la de una sociología que mantenga un vínculo estrecho con las realidades locales y regionales. Sin embargo, lo que también quería destacar es que esta sociología profesional, tal como se ha ido conformando a lo largo del tiempo, está siendo criticada actualmente por su tendencia a ser autorreferencial. Como mencionamos antes, se dirige a un público de expertos, fragmenta el conocimiento y arrincona cada vez más a la sociología crítica, que pierde legitimidad en las instituciones académicas como vía de reconocimiento y consagración. Además, la sociología profesional enfrenta serias dificultades para establecer relaciones entre los niveles micro y macro, lo que, como señala Zemelman, es crucial para “estudiar lo que está dándose” (Retamozo, 2015; Gallegos Elías, 2016). Esta fue una preocupación muy presente sobre todo al final de su carrera y de su vida, cuando realizó una autocrítica sobre por qué la sociología chilena, que a finales de los años 60 y principios de los 70 era probablemente la más influyente en América Latina, no logró investigar y comprender adecuadamente los cambios sociopolíticos y económicos locales que derivaron en la dictadura de Pinochet. Esto resalta la importancia de la relación entre la sociología profesional y la sociología crítica, y la necesidad de que los métodos, perspectivas y formas de producción no se limiten a cumplir con las exigencias de producción en serie que a menudo operan simplemente como mecanismos de reproducción del mundo académico, desatendiendo una cuestión fundamental para la sociología como el vínculo entre los niveles micro y macro y lo que Zemelman (2013) llamaba “el problema de análisis de coyuntura”.

Este desafío es relevante en el contexto actual, como mencionaba la Dra. Julia Hang, con el fenómeno de Milei y el movimiento libertario en Argentina. La sociología argentina fue, en cierto modo, tomada por sorpresa por este movimiento, incluso aquellos que se dedican a investigar fenómenos políticos. Hubo una autocomplacencia en la creencia de que algo así no podía suceder aquí. En Brasil, sí, pero en la Argentina, con un consenso democrático distinto, con conquistas y una expansión de derechos que se consideraban irreversibles, parecía impensable. Sin embargo, ahora nos preguntamos: ¿Qué estábamos mirando? ¿Con quiénes estábamos hablando? ¿Qué tipo de sociología estábamos haciendo?

Creo que esto representa una fuerte llamado de atención y plantea un desafío importante, no sólo en cuanto a las formas de hacer sociología, sino también en cómo construimos los objetos de estudio en contextos de cambios profundos. Estos objetos emergentes, como el mundo de las redes sociales, han sido en gran medida desatendidos. Las redes sociales no son únicamente plataformas lúdicas para compartir fotos, sino que crean nuevas formas de sociabilidad, de relaciones sociales, de politización y de interacción con nosotros mismos y de vinculación con otros actores: los políticos, las empresas, el Estado, entre otros. En este sentido, me parece que hay un desafío importante.

El impacto de las nuevas tecnologías digitales y la centralidad de las redes sociales ya había sido evidente en los casos de Trump, Bolsonaro y ahora Milei. Pero esto plantea también otro tipo de desafío para la sociología: ¿cómo se estaría transformando, o podría transformarse, la manera en que se hace la sociología? En el campo de la metodología hubo un debate que tuvo bastante auge hace algunos años, y que decayó más recientemente, aunque sigue siendo relevante. Me refiero a lo que algunos autores, como los sociólogos británicos Burrows y Savage (2014), llaman el debate entre “métodos nuevos” y “métodos viejos”. La idea subyacente es que, en algún momento, las formas tradicionales de hacer sociología —tanto cuantitativa como cualitativa— podrían quedar relegadas por causa de nuevas metodologías que incorporen algoritmos, inteligencia artificial y análisis de Big Data. Este cambio plantea un desafío considerable para la formación en sociología, tanto a nivel de grado como de posgrado. Si bien las nuevas tecnologías y su uso para la producción de conocimiento se han orientado más hacia el mercado, la maximización de ganancias y la fidelización de clientes, también están permeando la sociología académica. Los llamados “cientistas de datos”, muchos de los cuales provienen de la informática, están asumiendo roles en estos estudios. Esto genera la necesidad de incorporar conocimientos especializados en estos temas dentro de los programas de formación en Sociología, para evitar que el campo quede en manos de expertos de otras disciplinas, no por una defensa corporativa, sino porque junto con estas tendencias actuales viene una suerte de regresión.

En efecto, esta nueva “ciencia social computacional” a menudo se presenta como ateórica, carente de reflexión, de encuadre teórico y elaboración conceptual, lo que representa una regresión en el campo epistemológico y sociológico. La defensa de estos abordajes radica en que satisfacen el viejo anhelo de contar con una gran cantidad de datos, obtenidos de manera no intrusiva y sin efectos de deseabilidad social o reactividad. Se trata de investigar a partir de huellas digitales dejadas por las personas en su vida cotidiana, que permiten generar nuevos conocimientos empíricos sobre clases sociales, orientaciones políticas y valores, entre muchos otros temas. Las técnicas sofisticadas disponibles hoy en día permiten incluso un enfoque sociológico cualitativo avanzado (no sólo cuantitativo), lo que refuerza la necesidad de que la sociología no se quede atrás frente a estas innovaciones tecnológicas. Entonces, la sociología enfrenta el desafío de defender la importancia de la elaboración conceptual, el debate teórico y la reflexividad en sus enfoques. Al mismo tiempo, debe adaptarse a las innovaciones tecnológicas sin quedar excluida de ellas. Con frecuencia se discute qué disciplinas podrían desaparecer con el avance de la inteligencia artificial, y existe el riesgo de que la sociología, tal como la hemos conocido durante mucho tiempo, pueda verse amenazada o transformada significativamente.

Finalmente, quisiera hacer algunos comentarios sobre los desafíos que presenta el contexto actual de posverdad para la sociología en general, y para la sociología pública en particular. Pero primero quisiera referirme brevemente a fenómenos previos, relacionados con la lógica neoliberal que entiende la ciencia en términos de utilidad y monetización de sus resultados. Este enfoque comenzó a tomar forma hace muchos años, especialmente cuando el consenso en torno a la importancia de la ciencia y el privilegio del discurso científico, que había prevalecido en la segunda mitad del siglo XX, empezó a ponerse en cuestión. Desde los años ochenta comenzaron a aparecer signos de agotamiento de este paradigma. Inicialmente, la cuestión de la utilidad estuvo relativamente acotada a los modos de garantizar la calidad del conocimiento científico mediante la evaluación por pares, con la idea de que un conocimiento científico de alta calidad, tras pasar por todas las instancias de revisión, sería útil y beneficiaría a la sociedad. Sin embargo, en el contexto de las reformas estructurales de los años noventa surgió una creciente presión para que la ciencia demostrara su utilidad más allá de la lógica de evaluación interna. Más recientemente, el discurso anticientífico de la posverdad combina demandas de utilidad económica del conocimiento científico, posiblemente herederas de esta tradición neoliberal, con una crítica frontal a la ciencia, descalificándola desde diversos puntos de vista.

El término “posverdad” apareció por primera vez en Estados Unidos en una publicación realizada por un periodista de origen serbio para describir una etapa en la que, tras el escándalo de Watergate y otros problemas graves, el público estadounidense parecía reacio a confrontar verdades incómodas. Sin embargo, en tiempos recientes, el concepto se ha utilizado para caracterizar un período marcado por la aparición de movimientos políticos de extrema derecha, un aumento en la desconfianza hacia las instituciones tradicionales, una regresión en la calidad democrática, y un estilo político de suma cero típico de figuras como Javier Milei, en el que no hay espacio para la negociación. Además, una amplia difusión de teorías conspirativas que ha sido facilitada por las redes sociales y los medios digitales.

Este fenómeno no se limita a las ciencias sociales; también ha afectado a otras áreas del conocimiento, como se evidenció en debates sobre las vacunas durante la pandemia por Covid-19 en muchos países desarrollados. Tradicionalmente, la discusión sobre temas científicos estaba reservada a expertos, científicos, funcionarios estatales de las áreas de CyT y, en algunos casos, periodistas especializados o think tanks que trataban cuestiones científicas. Sin embargo, desde los años noventa, la autoridad y legitimidad para hablar de ciencia se han democratizado y, últimamente, hemos presenciado debates en los medios de comunicación y redes sociales en los que personas sin formación especializada defienden teorías conspirativas o sin sustento científico (por ejemplo, el caso de Lila Lemoine defendiendo públicamente el terraplanismo). Por otra parte, muchas teorías conspirativas sobre la ciencia están basadas en la idea de una ciencia silenciada o no hegemónica, que supuestamente oculta verdades en favor de intereses políticos y de élites científicas privilegiadas. Esta percepción contribuye a lo que conocemos como la era de la posverdad. Como señala D'Ancona (2017), a menudo buscamos fechas específicas para marcar el inicio y el fin de etapas históricas, y es probable que la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos sea considerada como el inicio de la era de la posverdad. Aunque este fenómeno es relativamente reciente, las raíces de las teorías conspirativas y de los movimientos anticiencia son mucho más antiguas y profundas. Por ejemplo, el movimiento antivacunas no es algo nuevo; tiene una historia muy prolongada.

En el caso argentino, la deslegitimación de la ciencia está especialmente centrada en las ciencias sociales, y dentro de ellas, en la sociología. Este fenómeno presenta enormes desafíos para nuestra disciplina, ya que los recursos y estrategias que tradicionalmente empleamos en el ámbito discursivo, político y social parecen no sólo ser ineficaces, sino incluso reforzar las ideas contrarias y deslegitimadoras de las ciencias sociales. Esta situación nos coloca en una posición muy complicada y exige una gran imaginación sociológica y creatividad para encontrar formas de establecer diálogos con públicos que consideran la sociología y las ciencias sociales como irrelevantes.

Sospecho que, en muchos de estos discursos, especialmente entre quienes tienen poder de decisión en las instituciones políticas y económicas, la supuesta inutilidad de las ciencias sociales podría ser una estrategia para desacreditar su valor real, ya que históricamente han sido fundamentales para expandir derechos, denunciar estructuras de desigualdad y revelar lógicas de poder. Este es precisamente el tipo de trabajo que algunos sectores desean silenciar. Por ejemplo, cuando Pedro Sánchez respondió a Milei en la cumbre de la ultraderecha en España, subrayó la importancia de los derechos humanos y el movimiento feminista en el país.12 La utilidad de las ciencias sociales, especialmente las sociales públicas, ha sido crucial para estos logros. Lo que se intenta, entonces, es resignificar esta utilidad como inutilidad. En realidad, no es que las ciencias sociales sean inútiles; lo que ocurre es que su utilidad se quiere minimizar para facilitar alineamientos con otros intereses.

Roles de colaboración

Escritura - revisión y edición: Antonio Camou.

Escritura - revisión y edición: Julia Hang.

Escritura - revisión y edición: Juan Ignacio Piovani.

Redacción - borrador original: Natalia Romero Marchesini.

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Notas

1 Para conocer en detalle cada uno de ellos, se puede consultar la línea de tiempo de la Carrera de Sociología. Disponible en la página oficial de la FaHCE/UNLP: https://www.fahce.unlp.edu.ar/facultad/secretarias-y-prosecretarias/academica/deptos/sociologia/linea-de-tiempo
2 Claro que ni nosotros “inventamos” la interdisciplinariedad ni fuimos los primeros habitantes en Humanidades de la Facultad en “descubrirla”. Nada más a título ilustrativo, cabe recordar que la legendaria cátedra de Sociología General reunió —entre finales de los años sesenta y comienzos de los setenta— a docentes que venían de filosofía, como Alfredo Pucciarelli y José Sazbón, o de Historia, como Horacio J. Pereyra, quien a su vez tenía una cátedra en la Facultad de Ciencias Económicas de la UNLP. Como se ve, la voluntad por la construcción interdisciplinaria del conocimiento social hunde sus raíces —al menos— en la generación de quienes fueron nuestros primeros, queridos y recordados maestros cuando regresaron del exilio durante la transición democrática.
3 La clase fue pronunciada el 25 de noviembre de 2004, a un siglo de la presentación del Informe, pero fue publicada con posterioridad.
4 Tal vez no esté de más recordar que esta norma -que facilitaba la expulsión de extranjeros considerados “indeseables”- estuvo vigente hasta el gobierno de Frondizi (Bayer, 2006).
5 Se podría establecer un interesante juego de parecidos y diferencias entre la investigación de Bialet Massé y la que en el mismo momento elabora el periodista y novelista estadounidense Upton Sinclair (1878-1968) en un frigorífico de Chicago. De manera más general, puede verse la obra de Bialet a la luz del enfoque teórico-metodológico desarrollado por la llamada “Escuela de Chicago” (Camou, 2023, pp. 551-598).
6 Dicho al pasar, a diferencia de lo que sucede con nuestro masculino tridente de clásicos europeos, la consagración disciplinaria de Gino Germani entre nosotros no solamente es de tiempos muy recientes, sino que, sobre todo, su centralidad canónica es más ritual que efectiva, más identitaria que pedagógica, más ceremonial que operativa. Hablando confesionalmente en plata: leemos y discutimos relativamente poco a Germani. En cambio, analizamos profusamente a sus discípulos y discípulas. En tal sentido, buena parte de la formación sociológica en nuestro país —al menos entre quienes sentimos muy de cerca la influencia de la Universidad de Buenos Aires (UBA)— se configura a partir de la lectura crítica de las plurales contribuciones “ejemplares” de autores clave, que habitan diferentes planetas temáticos, político-ideológicos y teórico-metodológicos: Torcuato Di Tella, Inés Izaguirre, Elizabeth Jelin, Francis Korn, Pedro Krotsch, Miguel Murmis, Juan Carlos Marín, José Nun, Juan Carlos Portantiero, Ruth Sautú, Silvia Sigal, Susana Torrado, Juan Carlos Torre, Catalina Wainerman y muches otres. En gran medida por comodidad totémica, aunque también por legitimada gravitación histórica, reconocemos que todos ellos y ellas todavía orbitan —u orbitaron alguna vez— en torno a la luminosa estrella germaniana (Camou, 2023, p. 32).
7 Aunque hay disponibles algunos materiales dispersos, creo que todavía hay una interesante historia por contar sobre los sociólogos y sociólogas que se desempeñaron en el Estado —en sus distintas áreas y niveles— por aquellos convulsivos años.
8 Hace referencia a la siguiente publicación: Garriga Zucal, J., Hang, J. y Iuliano, R. (2018). Deporte: la dinámica de lo analizable. Cuestiones de Sociología, 18, e047. https://doi.org/10.24215/23468904e047
9 La mesa temática en cuestión es “Homo ludens. Sociabilidad, deporte y tiempo libre en las sociedades contemporáneas”. Se puede consultar en http://jornadassociologia.fahce.unlp.edu.ar/
10 El Taller de Tesinas es una iniciativa institucional que el Departamento de Sociología lleva adelante desde el 2013, con el objetivo de crear un espacio de reflexión colectiva sobre los procesos de investigación necesarios para la realización de tesis de grado. Este taller extracurricular está diseñado para apoyar a los/as estudiantes en la organización, argumentación y redacción de sus tesinas o trabajos finales de la Licenciatura en Sociología (FaHCE-UNLP).
11 La Tutoría de Egreso es parte de una política de la UNLP, que busca acompañar y facilitar la formación de estudiantes que se encuentran en el último tramo de las carreras de Profesorado y Licenciatura en Sociología y/o que desean revincularse con la FaHCE para finalizar sus trayectos académicos.


Recepción: 01 agosto 2024

Aprobación: 01 octubre 2024

Publicación: 01 febrero 2025



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