Dosier: La vida trastocada por el COVID 19.
Estudios y reflexiones situadas desde las Ciencias Sociales
Lo sedimentado que se activa. Los comedores populares en la trama sociocultural de los barrios populares durante la pandemia
Resumen: El presente artículo tiene como objetivo aportar una reflexión acerca del papel, las prácticas y dinámicas específicas desplegadas por un actor clave en los barrios vulnerables en tiempos de pandemia: los comedores comunitarios y las ollas populares. En este escenario nos preguntamos: ¿Qué miradas construyeron estos actores acerca de la situación alimentaria de las familias en general y los niños/as y adolescentes en particular? ¿Cómo se organizaron para poder gestionar la cuestión alimentaria? ¿Qué saberes y qué sentidos se pusieron en juego? ¿Qué características asumió el vínculo con las familias y los/as niños/as y adolescentes en particular? ¿Qué papel jugaron otras políticas y programas que directa o indirectamente estaban asociadas con la alimentación tales como el Ingreso Familiar de Emergencia, la Asignación Universal por Hijo y la Tarjeta Alimentar? Desde una aproximación cualitativa, centrada en entrevistas en profundidad, se abordan estos interrogantes tomando como casos de estudio 8 barrios populares pertenecientes a La Plata, Berisso y Ensenada.
Palabras clave: Comedores Comunitarios, Barrios vulnerables, Pandemia Covid-19, Trama sociocultural.
The activation of the settled. The community kitchens in the sociocultural fabric of the vulnerable neighborhoods during the pandemic.
Abstract: The aim of this article is to reflect on the specific role, practices and dynamics deployed by a key actor in vulnerable neighborhoods in times of pandemic: community kitchens. In this context we ask: What perspectives did these actors build about the food situation of families in general and children and adolescents in particular? How did they organize themselves in order to manage the food issue? What knowledge and meanings were put into play? What characteristics did the link with families and children and adolescents in particular assume? What role did other policies and programs that were directly or indirectly associated with food such as the Emergency Family Income, the Universal Child Allowance and the Alimentar Card play? A qualitative approach, based on in-depth interviews, is used to address these questions, taking eight popular neighborhoods in La Plata, Berisso and Ensenada as case studies.
Keywords: Community kitchens, Popular neighbourhoods, Covid-19 Pandemic, Socio-cultural fabric.
Introducción
El surgimiento y multiplicación de los comedores comunitarios como espacio de asistencia alimentaria en contextos vulnerables remite a un proceso de largo impulso, constatado y analizado en diversas investigaciones (Auyero, 2001; Clemente, 2010; Colabella, 2012; Ierullo, 2013; Santarsiero, 2013, entre otros). Más allá de los distintos enfoques a partir de los cuales se ha abordado el multidimensional fenómeno, estos espacios se han concebido como el locus emergente del cruce entre las políticas de asistencia alimentaria y los diversos procesos de organización social a escala territorial. De allí que se les reconoce un rol central no solo para la articulación con la “cuestión alimentaria”, sino en tanto espacios de conformación de referentes locales y de tramitación de múltiples demandas y problemáticas barriales. La irrupción de la pandemia, sin embargo, provocó una acelerada e inusitada situación de emergencia en la vida de los barrios que desafió la capacidad de reacción de esta trama organizacional preexistente a nivel local, condensada en torno a los comedores y las ollas populares.
El presente artículo tiene como objetivo aportar una reflexión acerca del papel, las prácticas y dinámicas específicas desplegadas por este actor clave en los barrios vulnerables en tiempos de pandemia. En particular focalizamos la atención en torno a la organización y gestión de estos espacios en el marco de lo que fue el periodo de Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO) en 2020, y en las dinámicas relacionales y simbólicas que suscitó el accionar de estos actores en los entornos barriales.
Esta indagación se encuadra en un proyecto aprobado por la convocatoria PISAC-COVID-191 en el cual se plantea como conjetura que en el contexto de la pandemia del COVID-19, si bien las infancias no se constituyeron en la población de mayor riesgo en lo que a la cuestión epidemiológica respecta, el aislamiento social, preventivo y obligatorio (ASPO) extendido en el tiempo produjo una acentuación de la vulnerabilidad –en sentido amplio– de los hogares integrados por niños, niñas y adolescentes que previo a la pandemia ya se encontraban en condiciones de pobreza. De todas las vulnerabilidades a las que los hogares se vieron expuestas, aquí focalizamos nuestra atención en una en particular: aquella referida a la alimentación, indicador altamente sensible de las condiciones de vida de la población. Para ello recuperamos la mirada de un actor de relevancia en el entramado comunitario de barrios populares: los/as referentes de comedores y ollas populares, que durante la pandemia y en particular durante el ASPO han desplegado una red de solidaridades y una serie de estrategias en pos de garantizar el acceso a la alimentación de familias en condiciones de pobreza y vulnerabilidad, en riesgo de padecer inseguridad alimentaria.
Nuestro interés particular por los comedores y ollas populares se origina –en parte– a raíz de la constatación del creciente y significativo papel que estos espacios han adquirido en tiempos de pandemia en tanto herramienta de intervención alrededor de la cuestión alimentaria. En este escenario nos preguntamos: ¿Qué miradas construyeron estos actores acerca de la situación alimentaria de las familias en general y los niños/as y adolescentes en particular? ¿Cómo se organizaron para poder gestionar la cuestión alimentaria? ¿Qué saberes y qué sentidos se pusieron en juego? ¿Qué características asumió el vínculo con las familias y los niños/as y adolescentes en particular? ¿Qué papel jugaron otras políticas y programas que directa o indirectamente estaban asociadas con la alimentación tales como el Ingreso Familiar de Emergencia, la Asignación Universal por Hijo y la Tarjeta Alimentar?
Esta propuesta pone en el centro de su análisis a los comedores y las ollas populares, destacando su papel como actor clave en lo que a la organización social del cuidado respecta (Faur, 2009).
Creemos que pensar la alimentación en tanto práctica comunitaria requiere establecer una relación con el cuidado. En efecto, tal como sugiere Pautassi (2016), el cuidado y la alimentación no suelen asociarse, como así tampoco se vinculan estos con la injusta organización social del cuidado. Sin embargo, al ligar la semántica de alimentación y cuidado, se advierte que se implican mutuamente, cargando de connotaciones valorativas al cuidado que demanda alimentarse. Incluso, y llevando la discusión al plano de los derechos, la autora argumenta que el derecho a la alimentación adecuada no tracciona para establecer la necesaria vinculación con el cuidado. A su vez, los reclamos en torno a la problemática del cuidado, en toda su complejidad, no perciben la potencialidad que tienen ambos derechos, en tanto derechos humanos. Creemos que este trabajo puede hacer un aporte en esta dirección.
El abordaje metodológico que orientó el trabajo empírico fue cualitativo (Verd y Lozares, 2016), ya que a través de sus técnicas y procedimientos pudimos: 1) centrar la atención sobre actividades que se ejecutan en espacios sociales específicos, de nivel local (los comedores y ollas populares) en donde se tramita una parte de la gestión de los problemas alimentarios de los sectores vulnerables y 2) acceder al punto de vista de los grupos indagados.
La primera estrategia que propuso el equipo fue el acercamiento a aquellos barrios en que los distintos integrantes vienen llevando adelante actividades de investigación y/o extensión universitaria. El conocimiento previo del territorio, de los referentes comunitarios de las distintas zonas y de varias de las familias –con quienes construimos y sostenemos vínculos sólidos a lo largo de muchos años de trabajo– se constituyeron en factores que nos permitieron avanzar en el trabajo de campo con una importante fluidez. A su vez, esta presencia nos habilitó a tener una cobertura territorial amplia, garantizando presencia en tres distritos La Plata, Berisso y Ensenada– y en distintos contextos barriales2 dentro de los mismos, a saber: Barrio 1 (La Plata), Barrio 2 (Berisso), Barrio 3 (La Plata), Barrio 4 (La Plata), Barrio 5 (La Plata), Barrio 6 (La Plata), Barrio 7 (Ensenada), Barrio 8 (Ringuelet).
Dichos barrios, si bien son homogéneos en cuanto a las características socioeconómicas de sus habitantes, presentan ciertas heterogeneidades entre sí que a los fines de este estudio son de relevancia: reúnen una diversidad de situaciones asociadas a la materialidad de los recursos, las escalas y los recorridos que tienen, asociado ello –en parte– a que sus referentes se nuclean bajo el paraguas de distintas organizaciones –políticas y/o religiosas–, lo cual incide en la capacidad que tienen de gestionar la cuestión alimentaria en sus espacios.
Como el trabajo de campo se realizó durante los meses de abril y mayo de 2021, coincidiendo con uno de los peores momentos de la pandemia en nuestra región, combinamos el uso de tecnologías digitales (videollamadas y llamadas telefónicas) con una aproximación presencial a los territorios, con mayor peso de la primera estrategia por sobre la segunda. La técnica principal que utilizamos fue la entrevista en profundidad basada en un guión que se construyó de manera colectiva por los integrantes de los diferentes nodos que participan del proyecto. Las dimensiones abordadas indagaron acerca de las características de los barrios, sus habitantes y en especial la percepción del bienestar de los niños/as y adolescentes durante el ASPO; las rutinas del espacio del comedor/olla; las características de la atención alimentaria durante la pandemia; las redes con las que los referentes cuentan y las percepciones sobre las políticas de asistencia desplegadas por el Estado durante el 2020.
En algunos territorios, también se hicieron observaciones en los momentos de preparación de las comidas y se acompañó de un relevamiento fotográfico, tratándose de fotos tomadas por nosotros como así también por los referentes. La perspectiva de los habitantes de los barrios también fue parte central de la investigación, sin embargo a los fines del análisis que aquí proponemos nos concentramos en el punto de vista de los referentes. En síntesis: recuperamos experiencias en 8 barrios populares y realizamos un total de 63 entrevistas. De ellas, 12 se dirigieron a referentes y 51 a adultos responsables de hogares integrados por niños/as.
La hipótesis que orienta el presente trabajo es que, frente a la pandemia, la relación entre los hogares y los comedores comunitarios estuvo atravesada y modulada por tres rasgos. 1) Los comedores contaron con un saber-hacer previo que se activó, de diversas maneras, en la coyuntura. En este sentido, no fueron simples mediadores entre la asistencia alimentaria estatal (y la de diversas “donaciones”) y su consumo sino que, apelando a competencias previas, hicieron un trabajo para captar recursos, desplegar evaluaciones propias de la situación alimentaria local, y dinamizar un dispositivo ad hoc de llegada a los hogares en situación de aislamiento. 2) En este contexto, los comedores aumentaron la escala: en todos los casos registrados se advirtió un incremento repentino del número de hogares que fueron objeto de su asistencia (y una experiencia inédita para algunas familias), lo cual produjo dinámicas novedosas. 3) En la práctica, se fue estableciendo un dispositivo que buscó funcionar –desde el imaginario de los referentes– como “espacio de contención” de los habitantes del barrio en momentos de aislamiento social, por el cual los propios referentes se erigieron como “actores morales” de las dinámicas locales.
A continuación profundizaremos en cada una de estas dimensiones, recuperando las voces de los actores. Pero antes de ello, en la primera sección, presentaremos el cuadro de situación de la problemática alimentaria en el cual intervinieron los comedores, para dimensionar su incidencia en el universo popular urbano que enfrentó la pandemia.
1. El escenario de la investigación: la creciente y urgente demanda de alimentos
El peso que las ollas y comedores comunitarios han tenido en nuestro país fue variable a lo largo del tiempo y su presencia ha proliferado o se ha retraído según diversas circunstancias. Generalmente su mayor o menor peso se asoció a las sucesivas crisis socioeconómicas que se han vivido en el país, como así también a los sucesivos cambios en la implementación de programas e intervenciones alimentarias.
Diversos autores coinciden en señalar que las primeras experiencias de este tipo en Argentina se remontan mayoritariamente a las iniciativas autogeneradas de las ollas populares a raíz de las crisis hiperinflacionarias de 1989-1991. Luego, volvieron a cobrar importancia a fines de los noventa y principios del nuevo milenio, en tiempos de crisis del modelo de la convertibilidad (Santarsiero, 2013). Casi veinte años después, y con algunos vaivenes en el tiempo transcurrido, podemos afirmar que volvieron a ocupar un espacio de importancia a raíz de la crisis sociosanitaria originada por la pandemia del COVID-19. En el caso específico de La Plata, Berisso y Ensenada los datos de la Encuesta sobre Condiciones de Vida y Cuidados a la Infancia durante el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio –ASPO– por COVID-19 (ENCAI)3 permiten dimensionar el creciente peso de estos espacios en tiempos de pandemia: a raíz del ASPO se observó un incremento marcado en el requerimiento de asistencia alimentaria por parte de los hogares, ya sea a través del Servicio Alimentario Escolar, Comedores/ollas comunitarias u otras ayudas de entidades públicas o privadas.
Como se desprende del cuadro, al contrastar los datos entre los hogares encuestados de la población no vulnerable y los referidos a la población en situación de pobreza y vulnerabilidad encontramos que el impacto del requerimiento de asistencia alimentaria cobró un mayor énfasis en estos últimos: el piso de requerimiento alimentario entre los hogares pobres y vulnerables –antes del ASPO– era casi seis veces más que el de la población no vulnerable, y se vio casi cuadruplicado con la aparición del ASPO.
Los barrios populares en que llevamos adelante el trabajo de campo se caracterizan por una extrema precariedad en las condiciones de vida de sus habitantes. En efecto, se trata en todos los casos de territorios identificados por el Registro Nacional de Barrios Populares (RENABAP), caracterizados por un acceso al suelo y la vivienda vía la ocupación de terrenos en condiciones de precariedad y un importante déficit en el acceso formal a los servicios básicos. En ellos habitan personas oriundas de la zona, como así también de distintas provincias Argentinas, países limítrofes (Bolivia y Paraguay) e inmigrantes de Perú.
En términos generales, la mayor parte de los habitantes de estos asentamientos constituyen ese núcleo duro de la población que vive del trabajo en el sector informal, el cual según datos oficiales fue el que sufrió la mayor caída del empleo durante el 2020. Como bien se sabe, la paralización de los circuitos de producción, distribución, circulación y consumo de bienes y servicios de la economía con el fin de controlar la propagación del virus tuvo efectos significativos en la población, pero estos no se distribuyeron de igual manera, siendo los grupos más vulnerables los que por sus condiciones estructurales de vida contaron con menos recursos para hacerle frente. Es allí donde el problema alimentario –entre tantos otros– emergió con mucha fuerza: sin trabajo y en consecuencia sin una fuente de ingresos ¿cómo garantizar la alimentación en los hogares? Tan pronto como se inició el ASPO, en los barrios populares analizados comenzó a generarse una creciente demanda de alimentos, al tiempo que los referentes comunitarios rápidamente advirtieron acerca de la necesidad de tramitar las necesidades alimentarias de las familias. Todo ello se produjo además en el marco de un contexto inflacionario, con importantes repercusiones en los precios de los alimentos y la capacidad de compra.
La respuesta a este problema en el que garantizar la comida en la mesa de los hogares se volvió una tarea muy difícil, se canalizó rápidamente en los barrios a través de la asistencia alimentaria directa (entrega de bolsones y viandas de comida elaborada), erigida como estrategia prácticamente dominante; junto con ella y a medida que transcurría el 2020 y las restricciones continuaban, tres mecanismos de intervención estatal de central importancia también se orientaron en la misma dirección: dos a escala nacional, como lo fue la progresiva distribución de la Tarjeta Alimentar4 y el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE),5 y uno a escala provincial, como lo fue la entrega de bolsones del Servicio Alimentario Escolar.
A continuación daremos cuenta del modo en que estos espacios comunitarios que analizamos, se fueron re-armando y acondicionando para poder dar respuesta a una casi explosiva y repentina demanda –al menos en lo que a su escala y tipos de sujetos a asistir respecta–. Para ello, focalizaremos en el entramado organizativo que movilizaron (que reunió diversos –aunque muchas veces escasos– recursos materiales, saberes culinarios y competencias organizativas) y en la trama relacional que suscitaron (las interacciones, moralidades y clasificaciones que surgieron a partir del hecho alimentario).
2. Lo sedimentado que se activa: un saber-hacer que aparece en la emergencia
¿Cómo respondieron a los desafíos suscitados los referentes barriales ligados a los comedores comunitarios? ¿A qué estrategias apelaron para ello? ¿Cómo, al calor de los hechos pero también de las incertezas, se fue modelando un vínculo de estos espacios con los hogares?
Una primera cuestión a destacar en vistas a responder estos interrogantes remite a situar –aunque sea con los trazos gruesos que nos impone la brevedad– la heterogeneidad del campo de experiencias que suelen englobarse bajo la categoría de comedores comunitarios. Más allá de los diversos anclajes organizacionales y clivajes ideológicos que puedan identificarse entre sus referentes, aludimos aquí a dimensionar la diversidad de situaciones asociadas a la materialidad de los recursos, las escalas y los recorridos que estos espacios poseen.
Circunscribiéndonos a los comedores analizados, encontramos que algunos de estos espacios ostentan un funcionamiento con cierta continuidad en el tiempo, resultante de tener garantizados –al menos parcialmente– los recursos que permiten su sustentación. Ello a su vez se refleja en la existencia de ciertas bases específicas para su realización: instalaciones definidas y utensilios suficientes para cocinar, personal regular para llevar a cabo las diversas etapas del proceso de higiene, preparación y distribución de los alimentos, etc. El alcance de la provisión de alimentos en estos espacios se suele extender sobre numerosas familias, que no necesariamente se correlacionan con los límites del entorno barrial del comedor. Estos lugares, en buena medida preexisten en su funcionamiento a la pandemia y dependen mayormente de su inserción permanente en organizaciones sociales-políticas. En otros casos, se identifica en los referentes “carreras” (Becker, 2009) más fluctuantes, que intercalan momentos de actividad con períodos de inactividad, asociados fundamentalmente a las dificultades para obtener de manera estable recursos para el funcionamiento de sus espacios, esto es, alimentos e insumos para las preparaciones, dinero para los fletes, personal regular disponible para cocinar, entre otros. En estos casos, el espacio del comedor, dinamizado fundamentalmente por su referente, se organiza intermitentemente entre su mundo doméstico –su casa, sus familiares que colaboran– y la vida pública del barrio, y suelen estar orientados a abastecer a un número reducido de familias –muchas veces vinculadas al círculo próximo del propio referente–. Muchos de estos espacios se “reactivaron” con la pandemia y otros acentuaron con ella su labor. Por último, en el caso de las ollas populares, nos encontramos con una configuración mucho más espontánea y temporaria, emergente de una situación abordada, en buena medida, como transitoria. En todos ellos, las mujeres se destacan como parte central de ese entramado.6
En suma, la situación es diversa y, entre estos extremos, hay que entenderla más bien como un continuum de posiciones intermedias. Pero en todo caso, debe evitarse la imagen de estos comedores comunitarios como dispositivos organizacionales estables y establecidos. Todos funcionan con recursos fluctuantes –y en buena medida impulsados por la capacidad personal de los referentes de captar nuevos y diversos recursos (Aliano, 2019)– y con variados grados de inserción comunitaria. En gran parte de los casos se trata de “proyectos” siempre en riesgo permanente de disolución, acuciados por una lógica de funcionamiento atada a la incerteza de tener garantizados de manera sostenida los insumos necesarios. Asimismo, en aquellos casos en que estas certezas son mayores, la regularidad, volumen y tipo de alimentos que se recibirán en los días siguientes suele no ser un dato completamente definido. Todo ello forma parte de las disposiciones sedimentadas que orientan sus prácticas cotidianas: sus formas de “cocinar” y de “dar de comer”.
Teniendo este sustrato de base, uno de los rasgos que caracterizaron el accionar de los comedores en los barrios está asociado con dar respuesta a una situación de emergencia (en los relatos se enfatiza en los efectos de la desactivación laboral de los vecinos y su impacto en la provisión de alimento a las familias) desde recursos escasos. Ello condujo a activar estrategias previamente incorporadas, ahora movilizadas en un contexto particularmente apremiante.
En términos generales, estas estrategias estuvieron ligadas a (1) multiplicar las fuentes de acceso a recursos diversos, y en parte modelado por ello, (2) a sostener una cocina que garantizara, a pesar de todo, comida “nutritiva” y “variada”. Ambas cuestiones, incorporadas previamente como parte de un saber hacer (Bourdieu, 1995) de los comedores, están entrelazadas en la perspectiva de los referentes. El despliegue de tácticas para sostener una comida “variada” (que incorpore –además de harinas– verduras, frutas, legumbres, y fundamentalmente “algo de carne”) estuvo vinculada a la posibilidad del acceso, no solo a la “mercadería” entregada por el Estado o por diversas organizaciones, sino a “donaciones” de diversa índole que complementaban esa base de alimentos: carnicerías del barrio, donaciones de Organizaciones No Gubernamentales, colectas de y entre vecinos, etc. La referente de uno de los comedores, situado en Ensenada, en esta línea, señalaba:
La organización solo te dan cosas secas, yo tengo que comprar los menudos de pollo, las alitas, las verduras, el gas, todo eso tenemos que comprar nosotros. Hacemos actividades ¿Cómo le pedís a la gente? No le podés pedir, nosotros como sea nos ingeniamos. Con las señoras que están en la cooperativa cada una pone trescientos pesos, trescientos pesos al mes, para poder tener y comprar las verduras, el gas, o las alitas de pollo. Así vamos sosteniendo nosotros el comedor (S., Barrio 7).
Otra referente, de un comedor situado en La Plata, aborda el punto con estas palabras:
Recién empezaba la pandemia y recibimos un aporte de PNUD para que podamos comprar cosas para la merienda y lo que nos proponían es que tenían que ser cosas saludables, que tenía que ser bien completas las cosas que se distribuyan ahí en ese momento de alimentación. (…) Entonces, me acuerdo de pensar, también las cosas que compramos como que tengan alguna cuestión de proteínas, o sea, garbanzos, lentejas, y nos parecía importante la verdura, que estaba muy cara, bueno, intentábamos poner... Como el consumo de carne es muy difícil, por lo que sale, intentábamos poner cosas de hojas verdes, pensar en algo más... en una diversidad de alimentos y no llenar de galletitas dulces o alfajores y esas cosas, no, no. (…) Tratábamos de que sea variado y que contenga eso, distintos tipos de alimentos (A., Barrio 6).
Por último, el referente de otro comedor de La Plata, agrega:
A nosotros nos dan mercadería que tenemos que ir a buscar. Provincia, la última vez, no nos avisaron nada que fue en enero porque en febrero no reparte provincia. Entonces llegó el camión al comedor. Una vez sola. Sino voy yo a calle 2 con la camionetita mía que tenemos afuera, cargábamos todo y nos veníamos. Eso por un lado; después también recibimos donaciones de gente que se copa, de comerciantes como una panadería, una carnicería, instituciones. Esto se da a veces. A veces nos dan plata y nosotros vamos a Nini7 a comprar, para estirar la plata y otras veces nos dan productos tipo fideos, leche, harina o lo que mangueamos. Lo que falta se manguea en verdulerías, panadería, carnicería para que nos donen. (…) Lo que nosotros tenemos es lo básico (fideos, tomate, aceite). Si nos sobra el tiempo, por ahí inventamos algo. Por ejemplo, el viernes nosotros hacemos fideos al pesto y ahora tenemos que inventar qué le agregamos ¿Entendés? (M., Barrio 5).
El entrevistado concluye: “Lo que hacemos es comida de olla, siempre intentando que tengan algo de carne o pollo”. Esa expresión sintetiza, en buena medida, las aspiraciones de los referentes en torno a la comida ofrecida en sus espacios. Sus relatos sobre la comida se van construyendo desde expresiones que enfatizan en la búsqueda de la invención, la creatividad y la diversidad en un marco de necesidad: “Nosotros ponele le hacíamos un día fideos al pesto con huevo duro para ahorrar la carne un día. Al otro día hacíamos lenteja con papas y bueno le poníamos carne picada y si había verdura lo entreverábamos todo. Íbamos calando para que no coman siempre el mismo menú” (L., Barrio 8).
Frente a la idea de un “gusto de necesidad” (Bourdieu, 2012) que caracterizaría al universo de los consumos populares, estos fragmentos muestran más bien el ejercicio de grados de acción y positividad en un cuadro de constricciones de diversa índole y trazado por la imposibilidad de planificar anticipadamente las preparaciones (porque la mercadería no llega, o llega toda junta, o llega algo diferente a lo previsto, o llega siempre lo mismo, etc.). “Fideos largos siempre te bajan, o te bajan los coditos, o te bajan los mostacholes, son los únicos dos fideos que viven bajando”, concluye una de las referentes, apuntando a esta cuestión.
En este sentido, en una etnografía sobre cocinas comunitarias en un barrio popular de Brasil, Castro y Maciel (2015) advertían que un punto fundamental para la comprensión de las formas de cocinar se encontraba en la irregularidad de los envíos de alimentos para la cocina por parte del Estado. Esta irregularidad era percibida por quienes trabajan en la cocina como incertidumbre sobre lo que realmente recibirían. Ello conducía, a su vez, a una lógica inmediatista en torno a las preparaciones y al establecimiento de una práctica específica: “una de las estrategias fue llevar la ‘mistura’, categoría nativa para designar el complemento al arroz y frijoles. Cada trabajador trae los ingredientes que serán preparados por los cocineros y servidos individualmente, con el fin de incrementar el almuerzo” (Castro y Maciel, 2015, p. 530). En nuestro caso la “mistura” se vincula con aquellos alimentos que complementan y vuelven “nutritiva”, “rica” o “variada” la “comida de olla” (hecha generalmente con esos fideos “que bajan”). Pero en este caso, a diferencia del brasileño, son los propios referentes quienes han buscado garantizar esos alimentos especialmente apreciados.
3. El cambio de escala y de dinámica de los comedores
Otro de los rasgos que caracterizó el accionar de los comedores en la pandemia fue su cambio de escala; esto es, la asistencia a más familias, al tiempo que el cambio en la estrategia de vinculación con los hogares (a partir de la entrega de la comida ya preparada para ser consumida en los domicilios). Nuevamente, incorporar la voz de referentes ayuda a dimensionar la transformación. Uno de los entrevistados comentaba: “nosotros veníamos sosteniendo el comedor dándole de comer a 120 familias. Y cuando arrancó la pandemia teníamos 340 familias, a quienes le dábamos de comer todos los días, así que fue bastante jodida la mano” (E., Barrio 3). En igual sentido, otros entrevistados referían: “Se sumaron ciento veinticinco familias, en total nosotros le cocinábamos para seiscientas cincuenta personas” (L. Barrio 8); “hemos empezado con treintaicinco, anotando treintaicinco familias en la primera entrega, y hemos terminado con setenta” (A., Barrio 6).
Estos ejemplos dan cuenta de una tendencia general bien marcada: el fuerte y acelerado incremento de la presencia de los comedores populares en las estrategias alimentarias de los hogares populares durante la pandemia. Este aumento cuantitativo constituye un indicador claro de la situación de emergencia alimentaria en contextos vulnerables. Pero a la vez introduce dinámicas cualitativas emergentes, tanto entre las familias como entre los comedores. Un hecho destacado por varios referentes en este sentido es la asistencia a los comedores de familias que nunca antes habían solicitado este tipo de ayuda, y para las cuales “asistir a un comedor” formaba parte de un “límite simbólico” (Lamont y Molnar, 2002) local, que definía una separación nosotros/otros. En palabras de una de las referentes:
Hay gente de antes de la pandemia, que cuando yo les invitaba que vengan al comedor, “vengan busquen ahí comida”, hay mucha gente que medio que te miraba así viste, entre ojos ¿Por qué? Porque tenían plata, porque tenían trabajo... Ahora toda esa gente que me miraba así entre ojo, ¡toda esa está viniendo! están viniendo los chicos, jóvenes ¡De todo, de todo! Hay mucho inquilino acá, los inquilinos todo, el comedor está abierto para todos. Mira, tanto era que las ollas que yo tenía no me alcanzaban para la comida (S., Barrio 7).
El relato apunta además a una cuestión importante: comienzan a formar parte de la asistencia a los comedores no solo los niños/as y sus madres (que suelen ser quienes más frecuentan estos espacios), sino también jóvenes y adultos varones. Es decir, la asistencia pasa a realizarse al grupo familiar en su conjunto. En esta línea, otro referente comentaba: “con la pandemia se implementó que venga la familia de los chicos que venían acá; al venir la familia más algún vecino que tenía alguna necesidad o un amigo de la familia, cocinamos mucho más que cuando venían los nenes a comer solos”. En otra entrevista se caracteriza la situación de este modo: “Tenemos gente que nunca se había acercado a la organización ni al movimiento que bueno, que en su momento los teníamos ahí con el tuppercito en la mano esperando que le diéramos un plato de comida para que sus pibes puedan comer”.
Estos testimonios muestran hasta qué punto actores y grupos que no contaban con una experiencia de acercamiento a estos espacios tuvieron que pedir asistencia a ellos. Esta situación se traduce, en ciertos relatos, en sentimientos de vergüenza social, y está en la base del hecho de que muchas veces fueran los niños/as de la familia –y no los adultos– aquellos/as encargados/as de ir a buscar la comida al comedor (una situación que se ha observado con recurrencia en las entrevistas). A modo de reflexión, uno de los referentes comentaba:
No creo que sea nada fácil no garantizar un plato de comida para la familia. Eso debe ser terrible. Así que respeto mucho a las personas que van a buscarlo, porque es algo muy triste. Y bueno, estamos nosotros para charlar y para saber también. (N., Barrio 2)
Asimismo, cabe destacar que en esta configuración que asumió la entrega de alimentos, los/as niños/as tuvieron un rol importante en otros sentidos: en los testimonios se destaca que eran ellos quienes, muchas veces, se acercaban a los comedores consultando qué se iba a cocinar, a qué hora iba a estar lista la comida, etc. En suma: queda en evidencia el papel activo de niños/as en lo referido a las preocupaciones alimentarias de los hogares.
Por otra parte, los sentimientos de malestar o vergüenza social de algunos de los asistentes al comedor se pueden identificar a la luz de otro hecho sistemáticamente registrado en las entrevistas: la demanda de la comida ofrecida por los comedores mermaba conforme las personas recibían otro tipo de asistencia social (de carácter individualizada), como la AUH y, fundamentalmente, la Tarjeta Alimentar. En este sentido, el circuito de la alimentación comunitaria asociado a los comedores y el circuito de consumo individualizado conectado con la Tarjeta Alimentar, en las estrategias de los hogares se concibieron como complementarios aunque jerarquizados: en los momentos en que los ingresos de las familias permitieron sustraerse a la comida comunitaria, ello fue lo que sucedió. Estas elecciones suscitaron diversas reacciones entre los referentes, desde su comprensión hasta su reprobación (subrayando la dimensión instrumental y espasmódica del vínculo de algunos hogares con los comedores):
Nosotros en un momento empezamos a ver que no siempre se repartía toda la comida y eso pasó cuando la gente cobraba el IFE, la tarjeta Alimentar cuando cobraba todos eso fue cuando a nosotros nos empezaba a sobrar la comida en la olla. Entonces sacábamos la cuenta de la fecha y en la fecha en la que ellos no tenían ni un mango ahí hacíamos nosotros. Esa fue una de las razones por las que dejamos de hacer los lunes (M., Barrio 5).
Mucho más directo, otro referente, del Barrio 1, sintetizaba: “Cuando se la cargan (a la tarjeta) no vienen a buscar comida y nos clavan con toda la comida”. Estas visiones suelen articularse en algunos de los testimonios de los referentes con representaciones críticas sobre el uso de la Tarjeta Alimentar que realizarían algunos hogares: “la usan para comprar alcohol”, “pagan los cigarrillos con la tarjeta”, “la utilizan para comprarle cosas al novio que está preso”, “debería controlarse más que los alimentos sean para los niños”, etc. Más allá del contenido veritativo de estas afirmaciones, lo importante es destacar que reflejan una mirada moral de los referentes hacia las familias y, fundamentalmente, hacia su propia práctica: ellos no están solo “dando de comer”, sino contribuyendo a la formación moral de los vecinos; un rol que, desde su punto de vista, una tarjeta no puede suplir. En el próximo apartado abordaremos este punto.
Por último, cabe destacar que el cambio en la dinámica de funcionamiento de los comedores condujo no solo a una redefinición de algunos de los modos de vincularse con los hogares, sino también con otros comedores que funcionaron simultáneamente en el barrio. En este sentido, más allá de que en muchos casos persistieron relaciones de tensión/competencia previas o novedosas, también se identificaron estrategias que enfatizaron en la complementariedad de (y la cooperación con) los diversos espacios de asistencia alimentaria que coexistieron en el barrio. Ello se concretizó en ciertos barrios en prácticas como la coordinación de los días en los que cada comedor funcionaría. Por ejemplo, como señala un referente: “nosotros los lunes lo descartamos, no estamos haciendo nada porque hay una iglesia que hace, a mitad de cuadra y está el comedor este que hace lunes, miércoles y viernes” (M., Barrio 5).
4. Los referentes como actores morales
Uno de los tropos que emerge recurrentemente de los relatos de los referentes es el señalamiento de que su accionar en los comedores durante el ASPO, si bien vinculado con la cuestión alimentaria, no se limitó a ella. O en otros términos: el énfasis en indicar que, junto con “dar de comer”, sus comedores buscaron “brindar contención”, “escuchar a la gente”, “acompañarlos”, “cuidarlos”, y que ese también ha sido uno de los objetivos de su accionar en la pandemia. “Estrategias para estar conectados” lo denomina una de las referentes, y así lo describe:
Tratábamos de integrar esta cuestión de los alimentos, pero también con el acercamiento a las familias, de dar ese momento de... No es que entregamos comida y ya, sino que tenga el acercamiento y el por qué y el para qué. En un momento, me acuerdo que había, no me acuerdo si era el día de les trabajadores y hemos hecho un guiso, también para que se lleven algo calentito, para aunque sea a la distancia poder vernos las caras y festejar así a la distancia aunque sea con esa entrega de... Como compartir entre todos algo en nuestras mesas ese mismo día, digamos (A., Barrio 6).
Esta dimensión de la práctica –inscripta previamente en las representaciones sobre la misma en estos referentes– es especialmente destacada en este contexto. En este sentido, son los propios actores –y no solo los analistas, como solicita Pautassi (2016)– los que conectan la gramática de la alimentación con la de los cuidados. En esta línea, los referentes describen que junto con el hecho de dar de comer –desvinculado ahora de la situación de comensalidad colectiva en sus espacios– han buscado desplegar otra serie de tareas para la comunidad local: gestionar un trámite en ANSES o un DNI, brindar talleres de violencia de género o sobre adicciones, confeccionar un listado de vacunación, o simplemente constituirse en un espacio para “la escucha” de los vecinos, en un momento especialmente angustiante para las familias. Incluso, como señala uno de los referentes desde categorías psicologizadas, “contar con la posibilidad de tener un espacio individual de terapia”.
Esta dimensión de su práctica los posiciona como actores morales de la comunidad. Y este rol, a la vez que los volvió actores activos de una serie de actividades de cuidado, conectó sus acciones con un imaginario general (muchas veces no compartido con los vecinos) sobre la importancia de los cuidados comunitarios en el barrio. Ello se plasma, por ejemplo, en una representación recurrente de los referentes sobre la situación de los/as niños/as durante el ASPO: la preocupación por advertir que se encontraban generalmente “deambulando” por el barrio, “sin contención”. Este rol, ligado a establecer un vínculo moral, afectivo y duradero con las familias, también se refuerza a partir de otra oposición que aparece en algunos testimonios de referentes: el contraste entre sus espacios y el de otros comedores emergentes de la pandemia y definidos como “políticos” (que se caracterizarían por no tener un arraigo social en el barrio, por plantear un lazo instrumental y efímero con las familias: “les entregaban el tupper y chau”, sintetiza un entrevistado).
En suma, como venimos mostrando, los comedores se convirtieron en el eje de una serie de prácticas de cuidado concebidas y proyectadas como comunitarias, en las cuales la dimensión alimentaria se imbricó –desde la preocupación por garantizar la calidad y variedad de las preparaciones mismas, hasta el interés por abarcar aspectos emocionales de la situación de las familias– con una dimensión simbólica y moral. Y en esa preocupación los referentes procuraron presentarse –no sin tensiones con el resto de los vecinos– como actores morales del barrio que jugaron un rol estratégico para sobrellevar la pandemia en entornos vulnerables.
Conclusiones
En todo el transcurso del ASPO los comedores y ollas comunitarias se enfrentaron a un doble desafío. Por un lado, la pandemia implicó un desafío por asistir a una demanda de asistencia alimentaria repentinamente ampliada y/o agudizada en los barrios populares. Ello sucedió –mirando “la película y no la foto”– en medio de un proceso de moderada retracción de la intervención de estos espacios en el periodo previo a la pandemia, lo que implicó una reactivación/actualización de saberes, recursos y competencias parcialmente desactivados. Estos recursos y saberes, sin embargo, estaban disponibles como parte del entramado organizacional y cultural de los barrios; de allí que la capacidad de respuesta de los comedores –si bien no exenta de un extraordinario esfuerzo colectivo de reajuste– fue rápida y mostró relativa eficiencia. En términos de Lahire (2004), esa respuesta formaba parte del “stock de disposiciones” previamente incorporadas.
El otro desafío suscitado por la pandemia –que en cierta medida pone en escena la capacidad de invención de estos espacios– tuvo que ver con la necesidad de redefinir el vínculo de asistencia a los hogares a partir de las restricciones suscitadas con el ASPO. Producto de ello, los comedores tuvieron que diseñar, en tiempo record, un dispositivo de asistencia alimentaria comunitaria sin comensalidad colectiva, algo inusitado para muchos de estos espacios. Las familias “retiraban” la comida ya lista. Ello constituyó un desafío no solo en términos organizacionales sino también en términos simbólicos. En este sentido, si bien muchos comedores edificaban su relación con los hogares más allá de la asistencia estrictamente alimentaria, en el marco de la pandemia los referentes debieron reformular su vínculo con los hogares por fuera de la situación de comensalidad. Fue a partir de las formas emergentes de repartir la comida y de la “llegada” a grupos que nunca antes habían asistido a espacios comunitarios de alimentación que, como mostramos en el transcurso de este trabajo, surgieron nuevas dinámicas simbólicas entre comedores y familias.
La búsqueda de resolución de ambos desafíos por parte de los comedores terminó erigiendo (en algunos casos reafirmando) a los referentes de estos espacios en actores morales competentes en el tratamiento de la pandemia en los barrios. Junto con la premisa de “dar de comer”, balizaron una serie de sentidos, imaginarios y saberes en torno a “cómo cuidarnos entre todos”. Los sentidos en relación al cuidado no fueron, sin embargo, necesariamente compartidos con el conjunto de los habitantes del barrio –aquí también, como en otros entornos, se contrapusieron diversas miradas sobre temas como la exposición al riesgo, el lugar de la responsabilidad individual, o las formas de canalizar la ayuda estatal–. Sin embargo, más allá de esto, la mirada de los referentes se apoyó en un sedimento cultural disponible, que hizo que tanto su accionar como sus representaciones en torno a las acciones de cuidado y asistencia fueran plausibles y, al menos en parte, exitosas.
Referencias
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Notas
Recepción: 30 Noviembre 2021
Aprobación: 31 Diciembre 2021
Publicación: 01 Febrero 2022