Dosier: Nuevos gobiernos en América Latina:
entre el populismo, el progresismo y lo nacional popular
Populismo y liderazgo en el ciclo político boliviano. Evo Morales y Luis Arce en perspectiva
Resumen: Ante el incipiente retorno de los populismos de izquierda en el contexto latinoamericano, este artículo parte de dos premisas clave. La primera, tiene que ver con la centralidad de los liderazgos políticos para pensar el fenómeno de los populismos en la región. La segunda, está relacionada con la especificidad que presentan los liderazgos de la nueva ola populista aun cuando compartan la misma filiación partidaria que los referentes del ciclo progresista de comienzos del siglo XXI. En este sentido, los nuevos liderazgos no parecen ser portadores de un carácter disruptivo y combativo frente a los embates del capitalismo o las presiones de las elites; sino centrados en el protocolo y en el correcto funcionamiento de las instituciones. Asimismo, en la construcción del vínculo que establecen con sus seguidores, los afectos y las pasiones dejarían de ocupar un lugar destacado. En el presente artículo recuperamos las tesis anteriores para analizar la experiencia boliviana reciente. Tomando como principal fuente de indagación los discursos presidenciales, nos preguntamos sobre el tipo de liderazgo de Evo Morales y de Luis Arce, analizando sus distinciones y semejanzas en el marco de contextos específicos y singulares correlaciones de fuerzas.
Palabras clave: Populismo, Liderazgo político, Bolivia, Discursos presidenciales.
Populism and leadership in the Bolivian political cycle. Evo Morales and Luis Arce in perspective
Abstract: In front of the incipient return of left-wing populism in the Latin American context, this article assumes two key premises. The first has to do with the centrality of political leaderships to think about the phenomenon of populism in the region. The second is related to the specificity presented by the leaders of the new populist wave, although when they share the same party affiliation as the referents of the progressive cycle during the first decade of 21th century. In this sense, the new leaderships do not show disruptive or combative discourses to face capitalism or the elites´ pressures; but they appear focused on protocol and the harmony of institutions. Likewise, in the construction of their links with political activists, affections and passions do not seem to occupy a prominent place. In this article we recover the previous theses to analyze the recent Bolivian experience. Taking presidential speeches as the main source of inquiry, we wonder about the type of leadership of Evo Morales and Luis Arce, analyzing their distinctions and similarities within the framework of specific contexts and singular correlation of forces.
Keywords: Populism, Political leadership, Bolivia, Presidential discourses.
Introducción
La primera ola progresista latinoamericana, a comienzos del siglo XXI, reintrodujo las discusiones académicas y políticas en torno a dos temáticas clave: populismo y liderazgos políticos. En esa senda, diversas investigaciones analizaron las lógicas de articulación que los nuevos gobiernos y sus principales referentes ponían en práctica, desde la gestión de Hugo Chávez en Venezuela, Lula da Silva y Dilma Rousseff en Brasil, Néstor Kirchner y Cristina Fernández en Argentina, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, entre otros/as. A partir de las políticas públicas implementadas, marcadas por la recuperación del rol protagónico del Estado y la extensión de derechos a los sectores desfavorecidos, una vasta bibliografía se preguntaba, entonces, por el posible retorno del populismo, teniendo como punto de comparación a las experiencias nacional-populares de mediados del siglo XX (Follari, 2010; Laclau, 2006; Retamozo, 2012).
Ahora bien, aun cuando la irrupción de gobiernos progresistas obedeció a diferentes factores según la coyuntura nacional de cada país y contó con la movilización de fuerzas sociales distintas según el caso, estos procesos resultan indisociables de los liderazgos políticos que los condujeron. Es decir, más allá de las trayectorias personales y los particulares estilos de gobernar, los/as líderes/as constituyeron un vector fundamental en la transformación operada en el Estado, el gobierno y la sociedad.1
En los últimos meses del año 2022, y de cara a elecciones presidenciales recientes, algunos análisis advirtieron el incipiente retorno de los populismos de izquierda en América Latina (Follari, 2022; Natanson, 2022), aunque los liderazgos resultarían muy diferentes a los de la primera ola progresista (comienzos del siglo XXI). Ya no parecen ser líderes/as que portan un carácter disruptivo y combativo frente a los embates del capitalismo o las presiones de las elites; sino centrados en el protocolo y en el correcto funcionamiento de las instituciones. Asimismo, en la construcción del vínculo que establecen con sus seguidores, los afectos y las pasiones dejarían de ocupar un lugar destacado.
En ese sentido, este artículo parte de dos premisas: la primera, tiene que ver con la centralidad de los liderazgos políticos para pensar el fenómeno de los populismos en la región. La segunda, está relacionada con la especificidad que presentan los liderazgos de la nueva ola populista aun cuando compartan la misma filiación partidaria que los referentes del ciclo progresista precedente.
Sobre la base de las presunciones anteriores, interesa examinar particularmente la experiencia boliviana reciente. Con foco en ese caso y, tomando como principal fuente de indagación los discursos presidenciales,2 los interrogantes de este artículo giran en torno a ¿qué tipo de liderazgo caracteriza a la gestión de Luis Arce Catacora? y ¿qué distinciones y semejanzas pueden establecerse con el liderazgo de Evo Morales? Para ello se trabaja a partir de dos dimensiones: por un lado, el componente biográfico de ambos líderes para dar cuenta de sus trayectorias y carreras políticas, y la forma en que esto impacta en los modos de ejercer el liderazgo. Por otro lado, se procura examinar cómo estos líderes se presentan a sí mismos en el espacio público, poniendo el énfasis en algunos elementos de su construcción discursiva.
En busca de posibles ‒aunque no acabadas‒ respuestas, este artículo se organiza en tres apartados. El primero de ellos establece algunas precisiones teóricas en torno al populismo y los liderazgos. En segundo lugar, se examina la trayectoria de Evo Morales y el camino recorrido hasta llegar a la Presidencia. En los discursos presidenciales seleccionados se rastrean elementos característicos de su estilo de liderazgo, vinculados con la forma de “presentación de sí”. En tercer lugar, se realiza lo mismo con Luis Arce. Finalmente, reafirmamos los principales hallazgos del texto y algunas líneas futuras para la investigación.
Algunas coordenadas teóricas para el análisis
Durante el siglo XX, la “Teoría de los grandes hombres”, propuesta por Carlyle, asoció la idea de liderazgo con la voluntad humana para determinar el curso de los acontecimientos. Su influencia, junto con el apogeo del conductismo, hizo que numerosas investigaciones se dedicaran al estudio de los patrones de conducta individuales de los líderes dando lugar a la perspectiva psicologista (MacIver y Page, 1969; Lasswell, 1963; Neustadt, 1990; Greenstein, 1997; Barber, 1977). Este enfoque recibió críticas que señalaban que, si bien el análisis de la personalidad puede ser un factor importante a tener en cuenta, resulta insuficiente ya que el liderazgo también depende de factores estructurales que pueden incidir en él.
A partir de las décadas de 1960 y 1970, bajo la influencia teórica de Max Weber, tomó forma una nueva definición de liderazgo que lo entiende como una relación social de influjo recíproco que requiere de la existencia de dos o más personas y de la aceptación del liderazgo que ejerce una persona sobre las demás (Collado-Campana, Jiménez-Díaz y Entrena-Durán, 2016; Rodríguez, 2014; Annunziata, 2021). En esta perspectiva relacional del liderazgo, se ubican las contribuciones teóricas que lo comprenden como un vínculo representativo que instituye un lazo político entre representantes y representados (Rodríguez, 2014; Annunziata, 2021).
El enfoque del constructivismo estructuralista propone una síntesis entre ambas perspectivas retomando algunas cuestiones vinculadas con la dimensión biográfica del líder, sobre todo en lo que respecta a su socialización, pero considerando también la relación de éste con sus seguidores. Por un lado, en tanto el liderazgo político es entendido como un proceso construido socioculturalmente, una etapa importante es la socialización del líder donde se tiene en cuenta su trayectoria biográfica, su imagen, sus convicciones, su ideología, visión y prácticas políticas (Collado-Campana, Jiménez-Díaz y Entrena-Durán, 2016). La reconstrucción de esta trayectoria resulta fundamental dado que ciertos atributos y características derivados del origen social, la formación y la experiencia individual pueden ser convertidos en recursos políticos e incidir en las carreras políticas (Ferrari, 2012). Por el otro lado, se considera el vínculo que se establece entre el líder y sus seguidores, marco en el cual el primero transmite su visión y objetivo político hacia las redes de apoyo que lo sustentan en tanto dispone de un “capital simbólico” que genera cierta predisposición de los individuos para aceptar su idea. Mediante esta operación, el líder crea un orden simbólico que incorpora conocimientos, valoraciones y definiciones significativas de la realidad.
Numerosos autores trabajan sobre la categoría de “liderazgo carismático” para dar cuenta de aquellos liderazgos que se distinguen de otros por su capacidad para inspirar y mantener la lealtad y devoción hacia la persona del líder a quien se lo considera dotado de facultades sobrenaturales o extraordinarias (Willner y Willner, 1965). Cabe destacar, asimismo, que, en varias ocasiones, el liderazgo carismático ha sido asociado con los populismos. En consecuencia, se habla del establecimiento de una mitología en torno al líder que consolida el vínculo con el pueblo. En general, en este tipo de perspectiva subsiste una visión negativa en torno al populismo que resalta la presencia de un líder carismático con capacidad para manipular a las masas, a quien se las presenta como faltas de criterio y racionalidad propia (Di Tella, 1965/1973; Germani, 1978/2003; Paramio, 2006).
Contrariamente a una visión peyorativa y esencialista del populismo, desde la teoría de la hegemonía se afirma que éste refiere a la construcción discursiva de un pueblo; es decir, designa una forma o lógica de articulación política (Laclau, 1978/1980; 2005) en la que el líder tendrá un rol fundamental. Por lo tanto, no se trata de un fenómeno con contenido predeterminado, sino que se construye a partir de una serie de relaciones equivalenciales y antagónicas.
Encontramos hasta aquí la presencia de “dos de las precondiciones del populismo”: “una articulación equivalencial de demandas” y una “frontera interna antagónica” (Laclau, 2005, p. 102). El tercer requisito remite a la consolidación de la cadena equivalencial mediante la emergencia de una identidad popular, que es cualitativamente algo más que la suma de los lazos equivalenciales y algo más que el opuesto puro del poder. En última instancia, ese algo más es representado por un símbolo y/o un líder (Laclau, 2006; Mouffe, 2018).
Siguiendo estas presunciones, y recuperando los objetivos de este trabajo, interesa destacar la centralidad del líder como factor aglutinante. Éste encarna un rol preeminente en la construcción de equivalencias entre expresiones diversas (ya sean de clase, de género, étnicas, de filiación política, entre otras), resultando capaz de unificar las particularidades en una voluntad colectiva con pretensión de universalidad para refundar el orden establecido (Errejón, 2012; Barros, 2012).
Particularmente, María Esperanza Casullo (2019) recupera estos elementos para indagar sobre las figuras narrativas del mito populista cuyo fin último es el de movilizar y conducir a un colectivo a una acción política práctica. Forman parte de este mito populista un “villano” que asume la forma de un adversario externo o un traidor interno, y un “héroe”, personificado en el pueblo, pero, en tanto éste no puede organizarse ni actuar por sí solo, requiere de un líder populista que lo acompañe y guíe. Entre las características que asume el líder, Casullo señala que estas figuras no cuentan con trayectorias políticas partidarias, sino que irrumpen en la política de forma inesperada por fuera de las estructuras de los partidos políticos. Esto es un elemento discursivo que los líderes se encargan de resaltar en sus enunciaciones presentándose como “alguien que se volcó a la política acicateado por un deseo de servir al pueblo, no por simple cálculo de conveniencia” (2019, p. 60). Esto, por un lado, le permite al líder enfatizar el carácter excepcional, carismático y redentor de su liderazgo y, por otro lado, presentarse sin compromisos políticos previos más que a sí mismo y a sus seguidores. En consonancia, estos líderes se autoperciben cercanos a la figura de “redentor del pueblo” (2019, p. 58); al tiempo que se lo reconoce como una persona dotada de cualidades excepcionales. El tipo de vínculo que proponen con sus simpatizantes está basado en “hacer presentes a los seguidores dentro del espacio político que les estaba vedado” (2019, p. 58).
Bajo esta óptica, los liderazgos hacen un uso constante de la imagen y de la palabra. Respecto a lo primero, el establecimiento de un vínculo político entre el líder y sus seguidores requiere que estos lo reconozcan como tal (Novaro, 2000). En esta operación es fundamental la presentación de sí mismo que realice el líder, teniendo en cuenta que el acto enunciativo implica la construcción de una imagen de sí mismo (Amossy, 2018) en donde importa tanto lo que dice como la forma en que lo dice (Montero, 2012). Amossy insiste en que “toda presentación de sí orienta la forma en que el destinatario percibe la persona del locutor y, como corolario, el tenor de su discurso” (2018, p. 57) mediando el vínculo de la representación. Asimismo, la utilización de la palabra y la enunciación de discursos es relevante para los liderazgos populistas en tanto son los espacios en los cuales “deben explicar a sus seguidores quién es el «ellos» y quién el «nosotros»” (Casullo, 2019, p. 59).
Cabe destacar algunos análisis que retomaron estas preocupaciones ‒en torno a las articulaciones políticas, el populismo y los liderazgos‒ para analizar concretamente la experiencia boliviana reciente. Stefanoni (2003) y Komadina y Geffroy (2007) abordaron la emergencia y consolidación del Movimiento al Socialismo - Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos (MAS-IPSP) y, en dichos procesos, destacaron el rol clave de Evo Morales como líder capaz de articular múltiples demandas insatisfechas e identificar con contundencia a los adversarios políticos.
Por su parte, la obra de Sivak (2008) se centró estrictamente en torno a la figura de Evo Morales; aunque remarcó las condiciones excepcionales del líder y las configuraciones de su contexto, antes que las prácticas de articulación política. García Linera (2006) también se inscribió en la línea de destacar las cualidades de Morales, llegando a hablar del “evismo” como “una estrategia de poder” en la que el líder sintetiza un conjunto de tradiciones y experiencias de lucha. Mayorga (2020) reconoció esa centralidad y esa modalidad de ejercicio del poder, pero exaltando los riesgos que conlleva para el sistema de gobierno.
En sintonía con las pretensiones de este texto, la pesquisa de Errejón (2012) afirmó el papel fundamental de los liderazgos en la construcción de hegemonías basadas en la interpelación al pueblo. El autor se alejó de una mera reconstrucción biográfica, para analizar la cristalización del líder, Evo Morales, como un “poderoso símbolo político” (Errejón, 2012, p. 26) a partir de la construcción de equivalencias y alteridades.
Algunos trabajos recientes recogieron estas preocupaciones para abordar, tanto la gestión del MAS-IPSP a partir del 2020 y un eventual retorno del populismo progresista (Natanson, 2022; Canelas, 2022), como las particularidades del liderazgo de Luis Arce (Molina, 2021, 2022; Montaño y Vollenweider, 2022). Tales abordajes resultan aún incipientes frente al carácter complejo y cambiante de la coyuntura política actual.
En definitiva, a partir de estas coordenadas teóricas, en lo que sigue se examina el liderazgo de Evo Morales y de Luis Arce. Para ello, se tiene en cuenta, en primer lugar, la dimensión biográfica, donde nos interesa rastrear el surgimiento de estos liderazgos, su carrera política partidaria y los factores que posibilitaron su ascenso a la presidencia. En segundo lugar, se trabaja con la categoría “presentación de sí” para examinar cómo se presentan estos líderes en el espacio público y qué elementos sobresalen en su comunicación política.
Rasgos clave en el liderazgo de Evo Morales
Evo Morales nació en el altiplano boliviano, el 26 de octubre de 1959, en el seno de una familia humilde que se dedicaba a las labores agrícolas y ganaderas, desde la labranza y el pastoreo hasta la zafra azucarera. Con dificultades logró terminar la secundaria en Oruro, y, en 1982, su familia emigró a Cochabamba en busca de mejores oportunidades. En la zona del Trópico, junto a miles de emigrantes del occidente, se desempeñaron como arroceros y después como cocaleros. Es a partir de esta última actividad desde donde “el Evo” se erige como líder de los sindicatos indígena-campesinos en defensa de la producción de hoja de coca (Sivak, 2008; Morales, 2014).
La resistencia a los planes de erradicación de cocales incrementó la importancia de la instancia sindical en el Trópico cochabambino y afianzó sus niveles organizativos. Hacia 1992 se avanzó en la creación de una Coordinadora de las seis Federaciones3 encabezada por Morales; y, hacia marzo de 1995, se decidió el impulso de una nueva estrategia política denominada Asamblea por la Soberanía de los Pueblos (ASP), con la intención de participar activamente en elecciones (Stefanoni y Do Alto, 2006). Ya en la contienda de 1997 lograron cuatro diputaciones uninominales (entre las que destaca el curul de Evo Morales). En 2002, obtuvieron el segundo lugar en las elecciones presidenciales con la fórmula encabezada por Morales en el marco de la sigla MAS-IPSP.
La victoria electoral llegó en la contienda de diciembre de 2005, consagrando a Evo Morales como presidente de Bolivia. El flamante mandatario había logrado erigirse en el máximo representante de una alternativa de recomposición hegemónica que otorgaba protagonismo a los sectores históricamente invisibilizados. Para comprender ese proceso es clave reparar en la construcción discursiva del líder, y concretamente en cómo se ha presentado ante el pueblo y sus adversarios.
En primer lugar, cabe resaltar la insistencia en mostrarse como la condensación de múltiples luchas sociales precedentes: de las naciones indígena-originarias, de los productores de hoja de coca, de los trabajadores en general, y de las agrupaciones en defensa del agua y el gas, notoriamente activas en ocasión de las denominadas Guerra del Agua (2000) y Guerra del Gas (2003). De esta manera, Morales se presentaba como “articulador” de la diversidad, “síntesis de todos” y “garantía de continuidad del proceso de cambio” (García Linera, 2006; Molina, 2020; Nicolas y Quisbert, 2014).
Particularmente, en el discurso de asunción presidencial ante las naciones indígena-originarias, el 21 de enero de 2006, en Tiwanaku, Evo hablaba en tercera persona “creando un personaje de sí mismo” que procuraba amalgamar las múltiples identidades: “Todos somos presidentes” reiteraba con ahínco (Nicolas y Quisbert, 2014, p. 231), “el triunfo del 18 de diciembre no es el triunfo de Evo Morales, es el triunfo de todos los bolivianos, es el triunfo de la democracia” (Morales, 21/01/2006a). En ese mismo sentido, un día después, en ocasión de la asunción ante el Congreso, expresó:
De la resistencia de 500 años a la toma del poder para 500 años, indígenas, obreros, todos los sectores (...) sean profesionales o no profesionales, intelectuales y no intelectuales, empresarios y no empresarios. Todos tenemos derecho a vivir en esta vida, en esta tierra, y este resultado de las elecciones nacionales es, justamente, la combinación de la conciencia social con la capacidad profesional. (Morales, 22/01/2006b).
En segunda instancia y en estrecha vinculación con lo anterior, cabe destacar el énfasis en presentarse como un líder social que mantiene un fuerte nexo con los movimientos sociales. Esa proximidad se justifica en la propia biografía de Evo, forjada al calor de las luchas sociales, y en un ejercicio de demostración permanente al poner el cuerpo en cada movilización, acto y contacto con la militancia (Mayorga, 2020). A su vez, Morales preservó su rol como secretario ejecutivo de la Coordinadora de las Seis Federaciones del Trópico y, en su retórica, se encargó de exaltar su identificación con los sectores históricamente invisibilizados: “Estos pueblos, históricamente, hemos sido marginados, humillados, odiados, despreciados, condenados a la extinción. Esa es nuestra historia” (Morales, 22/01/2006b).
Como tercera cuestión, Morales se presenta como conductor del Estado y del proceso de cambio: “Después de 180 años de la vida democrática republicana recién podemos llegar acá, podemos estar en el Parlamento, podemos estar en la presidencia, en las alcaldías. (...) queremos cambiar Bolivia no con bala sino con voto, y esa es la revolución democrática” (Morales, 22/01/2006b). Ese ímpetu se extiende hasta abarcar, incluso, a los miembros de la oposición: “(...) solo quiero decirles una cosa, los parlamentarios que no son del MAS, los partidos o las agrupaciones, si apuestan por el cambio, bienvenidos. El MAS no margina, el MAS no excluye a nadie. Juntos cambiaremos nuestra historia.” (Morales, 22/01/2006b).
También, como cuarto aspecto relevante, advertimos la connotación histórica que se adjudica a su liderazgo. Es decir, Morales es presentado como quien culmina con 500 años de resistencia. En su discurso de posesión de 2006 se hace mención a distintos momentos del pasado que son entendidos como sinónimo de opresión (“la situación de la época colonial, de la época republicana y de la época del neoliberalismo”), siendo recién la propuesta del MAS-IPSP, encabezada por Morales, la que trae la verdadera independencia de Bolivia (Morales, 22/01/2006b).
A su vez, se fomenta la filiación de Evo Morales con líderes históricos, mártires, que protagonizaron resistencias colectivas: “Esta revolución cultural democrática, es parte de la lucha de nuestros antepasados, es la continuidad de la lucha de Tupac Katari; esa lucha y estos resultados son la continuidad del Che Guevara (...)” (Morales, 22/01/2006b). Justamente, Nicolas y Quisbert (2014) vislumbran la intención gubernamental de condensar el momento histórico en la figura del líder que lo personifica. Es decir, “la construcción deliberada de una figura mítica en torno al líder, basada en un relato y una iconografía, y su difusión sistemática a través de un aparato propagandístico” (p.198). En el trasfondo de ello destacan sobremanera la insistencia en la filiación Evo-Katari y Evo-Pachakuti como símbolo de lucha y apertura de un nuevo tiempo.
Antes de cerrar este breve apartado, es pertinente señalar una última y peculiar faceta en el liderazgo de Morales, que lo coloca también como “líder de la otra globalización, de la globalización alternativa, de ese movimiento global-local que sueña/promete que otro mundo es posible.” (Exeni, 2006, p. 9)
Acá no necesitamos sometimientos, ni condicionamientos, queremos tener relaciones con todo el mundo, no solamente con gobiernos sino también con los movimientos sociales, ya lo tenemos, queremos profundizar esas relaciones orientadas a resolver nuestros problemas de los países en democracia, buscando justicia, buscando igualdad (Morales, 22/01/2006b).
En suma, los elementos característicos del liderazgo de Evo Morales dan cuenta de un carácter disruptivo, que supuso un quiebre en la historia reciente de Bolivia inaugurando un nuevo tiempo político marcado por la consolidación del Estado en beneficio de los sectores históricamente postergados e invisibilizados.
Rasgos clave en el liderazgo de Luis Arce
Luis Arce nació el 28 de septiembre de 1963 en La Paz. En 1984 finalizó sus estudios de Contador en el Instituto de Educación Bancaria. Posteriormente, obtuvo el título de Licenciado en Economía de la Universidad Mayor de San Andrés de La Paz. Cuenta, asimismo, con un máster en Ciencias Económicas en la Universidad de Warwick (Reino Unido) que finalizó en 1997. En su trayectoria académica se ha desempeñado como docente de varias universidades bolivianas (Vallejo, 2020). Desde 1987 hasta 2006 trabajó en el Banco Central de Bolivia.4
En 2005 fue invitado por el MAS, junto con otros intelectuales y universitarios, para la redacción del plan económico, dentro de la propuesta de gobierno. En 2006 fue designado Ministro de Hacienda, luego renombrado de Economía y Finanzas Públicas, permaneciendo durante los dos periodos de gobierno de Evo Morales y parte del tercero, momento en el cual debió retirarse por un problema de salud. Formando parte de la gestión de Morales, Arce es conocido como “el padre del milagro económico” en alusión a la situación económica de Bolivia marcada por la reducción de la pobreza extrema y la disminución de la deuda externa. Lo que se complementó, en 2006, con la nacionalización de los hidrocarburos y el crecimiento sostenido del PBI.5
En su campaña por la presidencia de Bolivia, las promesas de Arce giraron en torno a la reinstalación de los planes de industrialización del gas natural, los yacimientos de litio y la diversificación de la matriz productiva (Vallejos, 2020); además de la reconstrucción de la economía azotada por la pandemia de Covid-19 mediante la inversión pública y la creación de empleo.
Así, tras el golpe de Estado de noviembre de 2019 y el interregno de gobierno de Jeanine Añez, el MAS-IPSP se impuso nuevamente en las urnas, obteniendo el 55,1% de los votos con la fórmula Luis Arce-David Choquehuanca. En el marco de un escenario de alta crispación social, fuertes confrontaciones políticas y una crisis económica global como efecto de la pandemia por Covid-19; la compleja tarea del flamante presidente requirió afianzar su liderazgo a partir de algunos rasgos sobresalientes.
En primer lugar, a diferencia de Morales, más que como un líder social involucrado en las luchas colectivas, Arce se presentó como un actor con experiencia en la gestión pública y la planificación económica. De ese modo, el carácter excepcional y redentor del líder que marcaba Casullo (2019), aparece asociado a su capacidad de gestión y mesura para recuperar la institucionalidad democrática y garantizar una economía estable.
En esa línea, si bien Arce se preocupó por mostrarse como intérprete de la voluntad popular mayoritaria, no encontramos una exaltación de la idea de pueblo movilizado como aparecía en los discursos de Morales. Es decir, Evo arengaba a “su” pueblo y, de facto, lo encarnaba: “campesino, indígena (...) sindicalista, agredido en el pasado por Estados Unidos y despreciado por las élites blancas, trabajador que ha pasado por numerosos trabajos en los circuitos de la informalidad” (Errejón, 2012, p 449); mientras que, el nuevo presidente exhibiría un perfil de funcionario “ocupado en el control presupuestario más que en articular discursos políticos, construir una imagen pública o antagonizar con los adversarios” (Molina, 2020, p.3).
Vale insistir en que este perfil de liderazgo, más moderado y menos militante, fue subrayado por varios analistas a la hora de caracterizar a la “nueva nueva ola de izquierda” (Natanson, 2022). En ese sentido, los actuales líderes políticos se presentan menos pasionales y con una voluntad de cambio atenuada (Natanson, 2022; Canelas, 2022; Mayorga, 2022).
En segunda instancia, Arce también ha procurado erigirse en el conductor político del gobierno, aunque esa tarea requirió de una estrategia peculiar en su construcción discursiva: el ahínco en destacar su autonomía respecto de Evo Morales. Ello se tradujo en la no incorporación de miembros del entorno evista a su equipo de gobierno y en una retórica de “renovación dentro del proceso de cambio” (Molina, 2020, p.2). En esa línea de sentido, tras su triunfo electoral, el flamante presidente reconoció ante la prensa el liderazgo histórico de Morales, pero remarcó la demanda de transformación:
Creo que hay que diferenciar, uno, el liderazgo del ex presidente, porque siempre lo vamos a tener, lo vamos a reconocer siempre, al líder histórico (...) pero las elecciones del domingo se ganaron con base en las organizaciones sociales, la militancia del MAS y el pueblo boliviano que quería una transformación (Arce, 20/10/2020a).
A su vez, en ocasión del discurso de asunción, omitió referirse explícitamente a Evo Morales, aun cuando hizo mención a “la dirigencia y militancia del MAS-IPSP” y a “la persecución y criminalización desatada por el régimen en contra de dirigentes del MAS-IPSP y de los movimientos sociales” (Arce, 08/11/2020b).
En tercer lugar, el carácter histórico del liderazgo de Arce constituye un aspecto prácticamente ausente. Más que menciones detalladas de los referentes históricos, encontramos evocaciones genéricas: “¡Honor y Gloria a nuestros ancestros que siempre nos acompañan! ¡Honor y Gloria a todas y a todos los mártires de la liberación!” (Arce, 08/11/2020b).Tampoco se describen los procesos históricos de resistencia y organización colectiva, aunque sí se refiere a las “mujeres y hombres humildes del pueblo” que sufrieron la “persecución y criminalización del gobierno de facto” (Arce, 08/11/2020b). En definitiva, la llegada de Arce al poder no se presenta como una refundación radical, una nueva independencia, o un pachakuti; sino como retorno de los tiempos de “paz, unidad y prosperidad” previos al gobierno de facto (Arce, 06/11/2020c).
Como cuarto punto, vale señalar que el actual presidente boliviano intenta presentarse como el equilibrio entre continuidad y cambio. Por un lado, continuidad con el proyecto del MAS, y señales en pos de preservar las conexiones con las organizaciones sociales y con el propio Evo Morales. Por otro lado, enfatiza incluir algunas transformaciones con espacios de gestión para jóvenes y técnicos, a la vez que insiste en su autonomía ‒tal como mostramos antes‒. En esa línea, expresó, durante el discurso de asunción: “nos comprometemos a rectificar lo que estuvo mal y a profundizar lo que estuvo bien” (Arce, 08/11/2020b).
De esta forma, si bien la experiencia de Bolivia muestra la continuidad del progresismo en el gobierno, observamos que la construcción de liderazgos ha sido bastante diferente. Arce tomó distancia, en varias ocasiones, de las banderas originales que dieron sustento a la construcción evista. Aunque es pronto para evaluar la gestión del actual presidente, lo anterior sí invita a repensar la forma en que los partidos políticos construyen liderazgos y el impacto de ello en la sucesión de gobernantes.
Principales hallazgos y líneas futuras de indagación
La indagación preliminar realizada en torno a los líderes Evo Morales y Luis Arce mostró diferencias significativas en la construcción de sus liderazgos y el discurso político. Evo se presentó como un referente dedicado a exaltar permanentemente al pueblo, conformado por todos aquellos sectores históricamente invisibilizados e involucrados en luchas colectivas, con los cuales Morales se identificó por su historia de vida y su trayectoria de militancia política. En ese sentido, su retórica y acciones de gobierno han procurado hacer presentes a sus seguidores, afirmando cierto “carácter redentor” ‒al decir de Casullo (2019) ‒ y “refundacional” ‒en las propias palabras de Morales (2006b, 2014) ‒. La delimitación de las fronteras políticas también ha sido trazada con claridad, aunque no se trata de exclusiones fijas o cerradas sino permeables al incluir, en determinadas ocasiones, a sectores anteriormente opositores.
Arce, por su parte, construyó una retórica moderada, donde las referencias al pueblo marginado son menos pasionales, al igual que los antagonismos. La identificación con los “hombres y mujeres humildes del pueblo” aparece reiteradamente, pero con alusiones más genéricas o abstractas. A su vez, los adversarios políticos se resumen en los protagonistas del gobierno de facto de 2019. Los significantes nodales “refundación” y “proceso de cambio”, centrales en el liderazgo de Evo, son más difusos en el caso de Arce; en su lugar cobran fuerza las nociones de democracia y estabilidad económica.
Asimismo, vale tener en cuenta que un rasgo divergente de los contextos en que desenvuelven sus liderazgos, remite a la composición y dinámicas de las propias fuerzas oficialistas. Evo Morales gobernó exaltando su rol como líder social, político e histórico; es decir, demostrando una capacidad simultánea para movilizar a grandes sectores sociales, dirigir las principales acciones del MAS y preservar su imagen como referente que marcó una inflexión en la historia boliviana.
En el caso de Arce, su liderazgo se mostró con un perfil más moderado y técnico, muchas veces eclipsado por la figura del ex presidente, al punto tal que si bien es el conductor del Estado no lo es del partido ni del pueblo movilizado. Para Molina (2022), por primera vez en la historia boliviana, el líder del gobierno no coincide con el líder partidario en tanto Morales sigue manteniendo un fuerte dominio del MAS. Según García Linera (2022), ello indica una separación entre el liderazgo político y estatal, que recae en Arce y Choquehuanca, y el liderazgo social, que representa Morales.
En el último tiempo, cobraron visibilidad algunos puntos de tensión entre los dos referentes. Hacia mediados del 2022, Morales reclamó públicamente al nuevo gobierno por la falta de obras y la exclusión de sus más allegados colaboradores en el equipo de gestión. Criticó, además, la poca celeridad para encaminar las acciones judiciales a fin de establecer la responsabilidad de la clase política opositora en los sucesos de noviembre de 2019.6 A su vez, los medios de comunicación y los sectores de la oposición, alimentan constantemente las rispideces y auguran la profundización de las tensiones de cara a las próximas elecciones presidenciales en el 2025.
Vale advertir que, ante el complicado escenario de más de un mes de paro cívico en Santa Cruz ‒iniciado en octubre de 2022‒ en rechazo al censo poblacional, ambos líderes intentaron dar señales de unidad. Evo Morales, en su condición de presidente del partido, organizó una multitudinaria caminata de 180 kilómetros desde Caracollo (Oruro) hasta La Paz en apoyo al presidente Arce. Ello constituyó una importante iniciativa de movilización y demostración de fuerza, no solo para los adversarios sino también para los aliados; confirmándose el rol ‒aún indiscutible‒ de Evo como un líder social de alcance nacional.
Como agenda futura de investigación, nos interesaría, en primer lugar, continuar profundizando en la experiencia aquí trabajada. Creemos que resultaría necesario y relevante nutrir estos primeros hallazgos con la mirada en torno a las alianzas y coaliciones socio-políticas sobre las cuales Morales y Arce sustentaron sus gobiernos. En segunda instancia, consideramos que el análisis de los liderazgos presidenciales requiere seguir indagando sobre estudios de caso para detectar las especificidades que éstos adquieren de acuerdo a las realidades nacionales, los partidos políticos y las modalidades de acción política de los líderes. Es por esto que proponemos, en un futuro cercano, realizar abordajes comparativos con otros países en los cuales también hubo una continuidad en la línea de sucesión, pero estos liderazgos de la segunda ola tuvieron diferencias con sus antecesores como podría ser el caso de Argentina y Brasil.
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Notas
Recepción: 20 Marzo 2023
Aprobación: 05 Abril 2023
Publicación: 01 Julio 2023